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Nuevas tareas

     El inicio de la Cuarta Transformación debe verse como un proceso hacia la construcción de un nuevo Estado y la reforma de la sociedad. Los cambios que se están realizando no se han analizado como puertos de llegada sino como parte de una travesía. Por esto, en lugar de un simple continuismo defensivo, como algunos lo intentan, es preciso plantear la continuidad del proceso transformador.

En ese contexto, la guía de las consolidaciones y los nuevos cambios se nutre de los objetivos trazados alrededor de la construcción de un Estado democrático y social.

En los últimos cuatro años, se ha alcanzado el mayor nivel de ejercicio de las libertades. Se combate por vez primera el Estado corrupto que ha padecido México durante siete décadas. Al tiempo, el gasto público ha conocido su mayor porcentaje de componente directamente social como instrumento de redistribución del ingreso. El salario mínimo y el medio contractual están cerca de recuperar varias décadas de deterioro. Se han aplicado las políticas de autosuficiencia energética y alimentaria. Se ha lanzado un proyecto viable de atención médica universal. Se ha proclamado la conversión de México en un país de becarios en la educación pública. Se prohibió la condonación de impuestos y se persigue la evasión. Se ha rechazado lo fundamental del programa neoliberal y se ha fijado el objetivo del Estado social.

La estabilidad económica no es en sí misma un objetivo de la 4T sino un instrumento para llevar a cabo reformas. Por lo regular, los cambios que se plantean desde un movimiento electoral requieren un cierto grado de acomodo dentro del sistema social prevaleciente, pero, al mismo tiempo, no se pueden consolidar si no se profundizan hacia reformas en la distribución del ingreso y en la pauta de la acumulación de capital. Este es el primer renglón del nuevo listado.

La línea del gobierno ha sido la de no aumentar las tasas impositivas ni crear nuevos gravámenes. Esta orientación ha dado ciertos resultados en cuanto a que, a pesar de la recesión decretada por los gobiernos de todo el mundo con motivo de la pandemia de covid y de la inflación posterior, las inversiones, el empleo, los salarios y el consumo se han ido recuperando. Sin embargo, dentro de poco, esta situación mostrará sus límites si no crecen sensiblemente los ingresos fiscales.

Aumentar tasas impositivas carecería de utilidad cuando estas no son altas en los países con los que México mantiene más de 80% de sus relaciones económicas. Por ello, el tema importante es la eficiencia de la fiscalidad, mas no se trata sólo de cobrar los impuestos y derechos sino de hacerlo sin privilegios legales y sin normas tramposas en favor de los grandes capitales. Los ingresos medios están pagando en México una tasa efectiva mucho mayor que los grandes, a tal grado que ese paradigma estadunidense es aún más pronunciado en la economía mexicana.

Una revisión profunda de los gastos fiscales, es decir, de lo que no se cobra debiéndose hacer según el sistema ya establecido, es una tarea que podría conducir al aumento de los ingresos públicos con cierta rapidez y efectividad para expandir el gasto en bienestar social y obras públicas.

Aunque el incremento en la masa de capital productivo depende de la ampliación del campo de las inversiones, el Estado está volviendo a ser impulsor y ordenador directo de la economía. Este vuelco se debe al fracaso del neoliberalismo en sus propios términos. La inversión pública y la gestión estatal tienden a crecer en casi todo el mundo y así seguirá previsiblemente. Por su lado, el gobierno mexicano está realizando grandes proyectos autofinanciados de infraestructura. Sin embargo, ese plan ha sido insuficiente para impulsar desde el Estado la inversión productiva que requiere la economía nacional. Se necesita un gran programa de infraestructuras que operen bajo el sistema de generar los ingresos para el pago completo del servicio de las deudas. Hay que crear, por tanto, un gran fondo de inversiones en infraestructura como instrumento directo de gobierno.

Formular una política industrial ya es indispensable. Mas no se trata del camino de los subsidios al productor, sino de la integración de las cadenas, es decir, crear sistemas, lo cual es preciso hacerlo desde el gobierno. La promoción del crédito barato, más aún en tiempos de altas tasas de interés, es también una función pública, tanto porque el gobierno puede conseguir réditos más favorables como porque puede asumir algunos riesgos a fin de otorgar garantías sobre créditos a empresas pequeñas.

La política industrial no sólo tiende a promover inversiones sino a conducir procesos complejos que redundan en la regulación de mercados, incluyendo el comercio exterior, así como en la elevación de la productividad del trabajo y la innovación.

La planeación se va a tener que establecer, pero no sólo del gasto público sino también en la regulación de los procesos económicos, el uso del territorio, el desarrollo de los asentamientos, la política medioambiental, las grandes tareas de la producción agropecuaria y especialmente alimentaria, la industrialización y la economía internacional. El gobierno carece todavía de una oficina de planeación económica y social propiamente dicha, la cual tendría que hacerse cargo de la formulación de los planes y del plan general. El neoliberalismo está presente aún entre nosotros, pero ya no es el tiempo de su impetuoso predominio.

La política salarial del gobierno actual ha demostrado, entre otras cosas, que es una falacia asignar al salario mínimo un impacto determinante en el ritmo de crecimiento de los precios. Además, la política del gobierno ha impactado en la determinación de los aumentos anuales de los salarios contractuales de muchas empresas. También se ha mostrado la fuerza que posee la recuperación salarial como estímulo de la producción interna. Sería oportuno que desde el gobierno se estimularan a las organizaciones sindicales para establecer un sistema nacional de negociación salarial con la patronal, con el propósito de que las y los trabajadores puedan ejercer de manera unida su fuerza en la determinación de los salarios contractuales e incorporar en este proceso a las y los obreros agrícolas.

Durante las últimas seis décadas, en México se generaron estructuras monopólicas privadas. En los años del neoliberalismo (1982-2018) la empresa pública fue cediendo ante los grandes grupos, fortalecidos estos por el proceso de privatizaciones. Los esquemas monopólicos mexicanos tienen al Estado como su gran promotor. A esto se debe que las leyes antimonopólicas sean débiles y sus mecanismos de aplicación tengan un diseño en favor de la concentración y centralización del capital y la producción, excepto cuando se trata de perjudicar a las empresas públicas y al gobierno. Como el monopolismo es muy fuerte se requieren nuevas leyes e instrumentos orgánicos para combatirlo, pues se ha convertido en un valladar del desarrollo económico y de la redistribución del ingreso.

La ampliación y el fortalecimiento del mercado interno sigue siendo la gran prioridad mexicana, aun cuando la globalización está mostrando ajustes que podrían beneficiar la producción local de manufacturas para la exportación. El desarrollo del mercado doméstico es una base primordial para realizar procesos de redistribución del ingreso, aumentar el empleo formal y elevar la capacidad productiva del trabajo social.

En alguna medida, la corrupción suele estar presente en todos los países. Sin embargo, ese no ha sido el problema concreto de México, donde se conformó un Estado corrupto, el cual es un fenómeno peculiar y endémico. Es preciso arrancar el análisis desde los años 50 del siglo XX, cuando se creó un ramo presupuestal para el gasto discrecional del presidente de la República, con el cual la distribución directa de fondos públicos se amalgamó con los mecanismos existentes del peculado y el soborno, creando un solo sistema de carácter político. El Estado corrupto es la unificación de los diversos métodos de la corrupción pública en un solo engranaje hasta convertirse en uno de los sostenes estructurales de la gobernanza del país entero. La corrupción pudo llegar a todas partes y ámbitos bajo esquemas de ensanchamiento permanente, incorporación de más y más personas a sus prácticas y crecimiento continuo de la masa de riqueza ilegalmente apropiada. Ahora, por vez primera, ha llegado un gobierno que busca la destrucción del Estado corrupto. Esta tarea ya ha empezado, pero se requieren mayores revisiones del marco jurídico, la creación de nuevos instrumentos institucionales, el desplazamiento de grupos de servidores públicos que se formaron en la corrupción, la fiscalización organizada de las relaciones entre entidades públicas y privadas, así como la elevación de la conciencia popular sobre los daños materiales y morales de la corrupción. Se trata de una gran causa nacional y así debe tratarse.

Las libertades se han garantizado como nunca, al tiempo, el gobierno ya no repitió la vieja práctica de comprar votos, pero el país sigue demasiado anclado en la democracia formal. El establecimiento de la consulta popular en la Constitución, logrado antes del cambio político de 2018, no ha tenido los resultados esperados porque, en una ocasión, la Suprema Corte negó ese derecho en materia de las reformas de las industrias de energía y, después, ya bajo el nuevo gobierno, las oposiciones impusieron la separación de la consulta del día de las elecciones, lo cual dificulta la obtención del quórum requerido para que su resultado sea obligatorio. El país requiere cada vez con mayor urgencia un sistema completo de consultas populares, incluyendo la revocación de mandatos, como medio privilegiado de encarar las divergencias políticas que se presentan en el seno de la sociedad. No se trata de un instrumento del poder sino de un derecho de la ciudadanía para tomar parte de las grandes decisiones nacionales y de carácter local. La democracia participativa debe abrirse paso y vencer los obstáculos que le han impuesto las fuerzas antidemocráticas del país.

La libertad de organización sindical es una de las que requieren señaladamente una continuidad del esfuerzo ya iniciado recientemente. México acusa un retraso en esta materia, de tal forma que la mayoría de los asalariados no se encuentra organizada en sindicatos y muchos de estos son de fachada o manejados por burocracias parasitarias.

Otras libertades están por consolidarse o apenas alcanzarse, entre ellas las relacionadas con el gran tema de género, la regulación de las drogas, la interrupción voluntaria del embarazo, los servicios sexuales, la expresión de las convicciones políticas de los sacerdotes en todo lugar y momento, la difusión por cualquier medio de ideas y opiniones sin importar el empleo en el servicio público, entre algunas más sobre las que se requieren definiciones exactas o supresión de restricciones a las que han sido sometidas.

El sistema político de la Constitución requiere nuevos arreglos en tanto que el país ha cambiado. El actual sistema de partidos corresponde a otro momento, se requiere superar ya el monopolio electoral de pequeñas burocracias que han conducido a la ruina de sus propias organizaciones políticas, las cuales subsisten con crecientes dificultades, gracias a que operan dentro del marco del viejo Estado corrupto. Es preciso abrir el camino hacia la adopción de la reforma constitucional propuesta por el actual presidente de la República en materia de sistema de partidos, representación popular e integración de los órganos electorales.

La reforma judicial recién emprendida fue apenas una tímida respuesta a la corrupción de los tribunales mexicanos. El país requiere todo un plan para remover las estructuras creadas dentro del Estado corrupto, dotando a la judicatura de cualidades apegadas al deber justiciero, la defensa de los intereses sociales, populares y nacionales y el respeto de los derechos en el marco de la independencia de toda clase de otros poderes políticos y fácticos.

El fenómeno de la delincuencia organizada ligada al narcotráfico como actividad matriz se convirtió en México en uno de los más grandes problemas. Esto se debe a que apenas recién el gobierno se ha propuesto atender las causas económicas y el resentimiento social ligado a la falta de perspectivas de vida de muchos jóvenes. Pero también se debe a que, de todas maneras, se ha mantenido el postulado de la prohibición de las drogas, el cual ha fracasado en todo el mundo. Es urgente aprobar la nueva legislación sobre la cannabis, que ya está en trámite en el Congreso, y poder pasar a discutir los posibles mecanismos para la regulación legal de las demás drogas. Aun así, la delincuencia organizada seguiría existiendo, pero su poder económico sería mucho menor, de tal suerte que podría combatirse a través de métodos de investigación y, ante todo, de solidaridad y participación social que sólo ocasionalmente se han utilizado.

El desarrollo de actual proceso de la 4T requiere profundizar su sustento popular, pero, a partir de ahora, con mecanismos más incluyentes. Los viejos métodos organizativos de los partidos más o menos burocratizados han quedado atrás, hoy se requieren mecanismos participativos que permitan intervenir a la ciudadanía en procesos de poder mediante la toma de decisiones. La consulta es una forma, pero se requiere también la deliberación en la que el pueblo hable y decida. La gestión de los instrumentos de la 4T debe girar en torno a estas nuevas formas e irlas recreando a través de la experiencia. Los partidos han ido cambiando en casi todo el mundo. Tienden a ser lo que quizá fueron en un principio: movimientos. El problema que se debe resolver es el derivado de los métodos de adhesión, pertenencia, solidaridad y decisión. Un partido es, esencialmente, un programa político. El asunto suele consistir en quiénes formulan y quiénes aplican ese programa. Abrir a la opinión popular cada propuesta, tanto la que viene desde abajo como la que se elabora en las instancias de gobierno, es una de las claves. Mas, al mismo tiempo, se requieren los mecanismos para el seguimiento de los planteamientos programáticos, desde los nacionales hasta los más locales. En esto deben usarse los métodos de asambleas y consultas. Morena es ya un partido de gobierno y, por tanto, tiene que actuar con la organicidad, la temática y la responsabilidad que brinda el ejercicio del poder político. La voz del partido debe ser la del movimiento que en éste se expresa, lo cual implica el rompimiento de las capillas políticas tradicionales que han colmado la disputa y el ejercicio del poder. Todo esto requiere un ajuste de normas y, sobre todo, de prácticas. En la nueva etapa que se avecina luego de las próximas elecciones, Morena va a necesitar una gran convención nacional, luego de convenciones estatales, para llegar a un gran acuerdo sobre el movimiento que el pueblo trabajador va a requerir en la nueva etapa del país.

El gran cambio electoral iniciado en 2018 puso crudamente de manifiesto el estado que guarda el periodismo en México. El divorcio entre la prensa y el método tradicional de sostenimiento de ésta, caracterizado por la subvención gubernamental, desveló la afiliación política orgánica de los medios de comunicación, en su gran mayoría, a lo que hoy se conoce como PRIAN, es decir, la aproximación continua e ininterrumpida de los dos mayores partidos conservadores del país en un sistema cerrado de alternancias. El arraigo de la prensa al Estado corrupto se manifiesta también en la conducta opositora de la gran mayoría de los medios formales. Mas, por el otro lado, el respeto del gobierno a los críticos, incluyendo a los que usan la calumnia y los métodos de desinformación, le ha dado a la prensa mexicana en su conjunto una libertad de la que jamás gozó. La respuesta de la 4T ha sido las réplicas y, sobre todo, las comparecencias cotidianas del jefe del gobierno. Sin embargo, se resiente cada vez más la ausencia de una prensa profesional, independiente y ligada a sus lectores, aquella que pudiera decir lo que sucede y comentar analíticamente el estado del país. Un periodismo así es hoy casi marginal. Por ello, se requiere con urgencia generar iniciativas de financiamiento y organización de medios de comunicación nuevos que le otorguen a México una plataforma de prensa democrática comprometida con el pueblo.

Como se entiende, la prosecución del cambio mexicano depende a muy corto plazo del resultado de las elecciones de junio de 2024. La nueva conquista del gobierno federal y de la mayoría en el Congreso, así como de varias gubernaturas que se elegirán, ha de ser la ocasión de dar un nuevo impulso a ese cambio. Sin embargo, la tarea se aprecia complicada. El país se encuentra dividido políticamente en dos grandes bloques. El sector político conservador se haya ahora en algunos aprietos, pero las grandes masas de población que representa y la gran mayoría de la clase dominante, amén de casi todos los medios de comunicación y de franjas significativas del clero católico, no parecen estar mudando de actitud. La amalgama de fuerzas políticas del bloque opositor, al margen de su candidatura final, puede llegar cohesionada a la elección porque la une la 4T, es decir, la posible permanencia de este movimiento en el poder, su programa de transformaciones y el combate de los privilegios del pasado reciente. Los políticos pueden seguir desgranándose de sus respectivos partidos en crisis, pero la enorme corriente de oposición, el conservadurismo social más amplio, no se va a disolver. Por este motivo, las fuerzas de la 4T y sus líderes deben precisar con mucha claridad el planteamiento programático y las tareas políticas del momento. En especial, Morena debe dejar atrás el triunfalismo, tanto porque no es congruente con la realidad compleja y difícil que vive el país, como porque es una arrogancia incompatible con sus tareas democráticas. La ciudadanía votará y decidirá; esto no les corresponde a los voceros políticos, ni siquiera a las y los candidatos, quienes deben pedir el voto popular y convocar a la lucha, no presumir que ya poseen la mayoría. Esa debería ser la pauta de comportamiento de un movimiento popular respetuoso del pueblo mismo, del pluralismo realmente existente en el país y del valor supremo del mandato ciudadano.

04.07.2023

Raíz socialista de la democracia*

La democracia política surge sobre la base de la liberación de la fuerza de trabajo servil y la consecuente destrucción de las relaciones feudales. El individuo (hombre) ya es libre de moverse en el territorio y se vuelve a formar la polis, integrada por personas formalmente iguales. La democracia no es producto de un ideal de igualdad, ni de ningún otro ideal, sino del establecimiento de una nueva desigualdad social, la del nuevo mundo, la nueva opresión basada en la explotación de la fuerza de trabajo de personas libres que pueden vender su fuerza de trabajo.

Por esto, los sistemas democráticos surgen como formas de representación y de integración del poder político por parte de los propietarios, que eran quienes podían votar y ser votados. El voto censatario es la marca de origen de la democracia moderna.

Mientras que para la nueva clase dominante el sufragio universal era un peligro, para la otra nueva clase, la de los trabajadores asalariados, el proletariado de la modernidad, era la forma de tomar parte de la lucha política, es decir de tener sus propios representantes. La burguesía, como es de suyo propio, tiene el poder del dinero a través del cual puede influir en el poder político. Así, la democracia es producto histórico de los trabajadores ya que es uno de los grandes intereses políticos de quienes no pueden ejercer ningún poder que no provenga de la representación directa del pueblo.

El enfoque del socialismo mexicano no fue siempre democrático. Durante décadas, la democracia política, aún la más formalista, se observaba en México como algo propio de sociedades avanzadas, para algunos, o como un gran engaño histórico de la burguesía, para las corrientes más dogmáticas. Entre el oportunismo, que observaba la antidemocracia del sistema político mexicano y la escasez de libertades democráticas como algo natural en tanto país pobre y atrasado, y la otra postura de que toda democracia política era instrumento directo de la opresión de la clase dominante, la izquierda mexicana, en su mayoría, vivía de espaldas al tema de la democracia.

Desde estos extremos, falsos por igual, empezó a surgir el programa democrático, tanto en lo referente a las libertades en general como en la reforma concreta del sistema político para lograr, en palabras de Arnoldo Martínez Verdugo, la “libertad política para todos los ciudadanos.” México estaba a mediados de siglo XX como otros países estuvieron a principios del siglo XIX, a pesar de que la Constitución reconocía los derechos de expresión, prensa, asociación, reunión, voto activo y pasivo, sindicación, huelga, etcétera: puras proclamas sin vigencia.

Varios movimientos sindicales, campesinos y estudiantiles fueron reprimidos durante las dos décadas que precedieron al gran movimiento estudiantil de 1968 en favor de las libertades democráticas. La represión volvió entonces a cundir con un horrible saldo de muertos y encarcelados. Ya no debería haber duda de que el problema concreto más importante de México era el de la democracia, es decir, la grosera falta de ésta.

A la clase dominante, en todas sus fracciones políticas y sus diversas agrupaciones gremiales, especialmente a la oligarquía propiamente dicha que manejaba al gobierno más o menos a su antojo, no le preocupaba la ausencia de libertades democráticas sino, en realidad, que se produjera una reforma política que pudiera abrir un camino democrático para el país. Por eso tardó tanto la llamada transición y por eso fue tan defectuosa en términos de la democracia formal predominante en el mundo occidental.

En su origen, en 1978, la reforma política, como ampliación del derecho de asociación, voto pasivo y acceso de los partidos a la radio y la televisión, fue producto de la lucha de la izquierda independiente, tanto la organizada en partido como de aquella que representó la juventud intelectual de los años sesenta y setenta. La derecha, oposición siempre leal, el Partido Acción Nacional, pedía el respeto a sus votos, pero no procuraba las libertades democráticas en general, es decir, para todos. Nunca en su historia el PAN ha pretendido algo más que concesiones particulares y jamás ha llevado a cabo acciones en favor de derechos políticos y sociales para la sociedad entera. Ese partido no es diferente a otros muchos del mismo signo en el resto del mundo.

El Partido Socialista Unificado de México surgió a convocatoria del Partido Comunista Mexicano y, dentro de éste, de Arnoldo Martínez Verdugo, quien luchó incansablemente en favor de la unidad de las izquierdas mexicanas. Él fue, en reconocimiento de su programa democrático y de su lucha unificadora, el candidato del PSUM a presidente de la República en 1982. Eran corrientes de la izquierda histórica, de la oportunista y de la más dogmática, que convergieron en un mismo partido donde la pregunta no era de dónde venías sino a dónde querías llegar. Predominaron dos planteamientos programáticos: la democracia política y el Estado social. La izquierda, a través de su partido indiscutiblemente más importante, respetable e influyente, era ya, sin duda, partidaria de la democracia política.

Mas no se trataba solamente del sistema electoral sino de todas las libertades. México tenía un partido, el PSUM, que luchaba en favor de todas, las que derivan de derechos fundamentales y de aquellas que son reivindicadas por segmentos de la sociedad como nuevos derechos. Era una izquierda laica, a pesar de sus remanentes ateístas, reminiscencias de un pasado esencialmente liberal asombrosamente entrelazado con el socialismo más dogmático. El PSUM fue, como todo partido de verdad, un proyecto político que no se concebía como algo inmóvil. El proceso de unificación no debía limitarse a sí mismo, por ello surgió a los seis años una nueva formación, el Partido Mexicano Socialista, y luego del levantamiento electoral de 1988, bajo la convocatoria de Cuauhtémoc Cárdenas, esa izquierda se sumó a la formación del Partido de la Revolución Democrática. Esa izquierda democrática de los años sesenta y setenta, la que conquistó sus propios derechos electorales en 1978, la que nunca dejó de abrir senderos de la democracia política y de las reformas sociales, se encuentra casi toda en Morena. La izquierda democrática no es una sigla sino una corriente histórica. Quienes se han rezagado se distinguen por su inconsecuencia o por su franca regresión a posturas oportunistas, por lo cual no resultan ser más que integrantes del conservadurismo y, por ende, del bloque opositor. Pero hayan o no militado en el PSUM, esos grupos o individuos que alguna vez estuvieron del lado de la izquierda democrática han perdido el rumbo porque, debido a sus posiciones, viejas o nuevas, rechazan el mandato popular, reniegan del principio de la democracia en el mejor momento que ésta ha tenido en México.

Durante los últimos cuatro años y medio, se ha logrado el mayor respeto a las libertades por las que la izquierda democrática mexicana se organizó, luchó y fue víctima de innumerables represiones. Los cotidianos y sistemáticos ataques contra el gobierno federal y la 4T no se responden con actos de fuerza; son libres por entero los críticos y maledicentes, como nunca lo fueron sus correspondientes en otros años. Por primera vez, el gobierno federal no ha comprado votos en las elecciones y ha promovido la consulta popular, a pesar de los grandes obstáculos legales y políticos que se han levantado desde las derechas contra los mecanismos de participación directa. El poder no ha roto ninguna huelga. Las manifestaciones son respetadas. Las protestas de la oposición han llegado irónicamente a ser alentadas por el jefe del gobierno. Ningún medio de comunicación, ni comunicador, ha sido censurado en lo más mínimo, aunque no paguen bien sus impuestos. Los actos indebidos cometidos por integrantes de fuerzas de seguridad se están investigando y castigando. Se ha iniciado la lucha contra el Estado corrupto que durante décadas predominó en el país. Se acabaron en un solo día los llamados moches en la Cámara de Diputados, sistema de tráfico de influencias para esquilmar el presupuesto federal. Se ha realizado una reforma administrativa basada en aumentar la rentabilidad social del gasto público, acabar con el derroche, establecer el criterio de la austeridad y combatir la corrupción. Se está reponiendo la brutal pérdida histórica de los salarios. La política social se ensanchó, pero sin intermediarios mafiosos. El asistencialismo ha sido sustituido por el ejercicio de derechos al retiro, a la educación, a la salud y a la subvención económica socialmente necesaria. México ha optado por convertirse pronto en un país de becarios en la educación pública. Se ha iniciado un camino hacia el sistema de atención médica universal y sin costo para los no afiliados a la seguridad social, al tiempo que se pretende recuperar el tiempo perdido en la formación de personal médico y en la edificación de unidades de salud. Las estructuras monopólicas han dejado de ser favorecidas, se ha prohibido la condonación de impuestos y el disimulo frente a la evasión. Se ha elevado mucho la recaudación aun sin la elevación de tasas impositivas. Ha quedado atrás la política de asociación pública-privada. Los subsidios ya no son de tipo neoliberal para favorecer a los más ricos. Se ha abandonado la política de otorgar concesiones sobre bienes propiedad de la nación. Se han cancelado contratos leoninos y privilegios especiales de empresas, concedidos por los gobiernos neoliberales. Existen grandes planes de infraestructura con fondeo presupuestal del Estado para eludir los esquemas de financiamiento que benefician principalmente a los acreedores a través de las políticas públicas. Se ha avanzado mucho en la ruta hacia de la autosuficiencia energética y se han rescatado las empresas públicas de ese sector. Se ha adoptado el postulado de la autosuficiencia alimentaria y se dejaron de canalizar grandes subsidios en favor de líderes agrarios y agricultores ricos. Se ha subrayado el esquema de relaciones internacionales sin supeditación a pesar de las objetivas desigualdades económicas. El gobierno de México ya es respetado en el mundo sin que ello implique la renuncia a expresar sus propios puntos de vista ni a defender los principios históricos de México en materia de política exterior.

La lista de cambios y reformas es mucho más larga, pero lo más importante del tema es que todo lo descrito estuvo en el programa de las izquierdas unificadas en los partidos de ese trayecto: PCM-PSUM-PMS-PRD, al cual, inevitablemente, aunque con otra forma de integración, habría que añadir a Morena.

La democracia ha sido y es la divisa de la izquierda independiente desde principios de los años sesenta del siglo XX. Quienes observan en el tono del debate político una supuesta manifestación de intolerancia de parte del jefe del gobierno están queriendo conducir la lucha política hacia una forma que no es democrática, es decir, quieren que la absoluta mayoría de la prensa se siga lanzando todos los días contra el gobierno, incluso con grandes mentiras, y éste se haga el disimulado.

El debate es consustancial al ejercicio de las libertades democráticas. El problema antidemocrático es la monopolización de los grandes medios, el cual no ha sido del todo superado con las redes sociales. Exigir que el jefe de gobierno no gobierne en público ni responda cotidianamente y en persona a los ataques es, en esencia, una posición antidemocrática pues pretende el predominio incontestable de la gran prensa que se ubica en el bloque opositor. En realidad, esos escritores de periódico y otros comentaristas, tan molestos con los señalamientos cotidianos del jefe del gobierno, jamás dicen algo cuando sus colegas y ellos mismos arremeten contra la 4T con una furia, quizá digna de mejor causa, pero que corresponde a su propio derecho, hoy, como nunca, respetado.

En México jamás había existido tanta libertad de comunicación de ideas como hoy en día. Esta es, aunque se quiera olvidar, un legado de la izquierda que resistió por años innumerables represiones con la bandera bien alta de las libertades democráticas.

* Ponencia presentada en el Foro “La democracia mexicana y su raíz socialista:  a 43 años de la Fundación del PSUM”, organizado por el Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México.

REFORMA POLÍTICO-ELECTORAL

Texto leído por Pablo Gómez el 28 de abril de 2022 en la conferencia “mañanera”, del presidente Andrés Manuel López Obrador en Palacio Nacional.

La iniciativa de reformas constitucionales que presenta al Congreso el Presidente de México en materia político-electoral tiene como propósitos principales los siguientes:

  1. Dotar al país de un sistema electoral que brinde seguridad, respeto al voto, honradez y legalidad. Por vez primera, en las elecciones de 2021, el gobierno federal no compró votos ni asignó dinero para que otros lo hicieran. Estamos de plano en la lucha efectiva contra la compra del sufragio, pero es necesaria una nueva reforma para lograr que ningún gobierno, ningunas empresas, ningunos poderes económicos puedan comprar votos, como tampoco utilizar instrumentos ilícitos para sesgar la voluntad popular.
  • Erigir autoridades administrativas y jurisdiccionales honestas e imparciales que no sean protagonistas adicionales de la lucha por el poder. Es necesario superar la situación en la que las autoridares electorales se encontraban vinculadas de una forma u otra al gobierno en turno, lo cual, recientemente, se modificó al ubicarse esas mismas autoridades en el plano de la oposición abierta al gobierno. Ambas cosas son indebidas y dañosas para el país. Es necesario que las autoridades electorales, administrativas y judiciales, sean imparciales y se apeguen a la legalidad y los principios democráticos: que sean personas ciudadanas y no profesionales de la política.
  • Garantizar la libertad política para todos los ciudadanos y ciudadanas, sin censuras de ninguna especie. En estos tres años, ningún comunicador ha sido reprimido por el gobierno federal ni se ha perseguido a ningún partido o candidato. Gozamos del más amplio espacio de libertades en estas materias. Sin embargo, existen instancias públicas, organismos que supuestamente deben defender esas mismas libertades y hay también poderosas corporaciones privadas que pretenden acallar la crítica que procede del gobierno y de personas que se encuentran en el campo de la lucha por la transformación del país. “La libertad de difundir opiniones, información e ideas, a través de cualquier medio”, consagrada con esta claridad en el artículo 7º de la Constitución, debe ser efectivamente “inviolable”, como lo marca la misma Carta Magna, y, por tanto, ser defendida también en todos los campos de la vida republicana de México.
  • Construir un ámbito nacional en el que partidos y candidaturas independientes cuenten con garantías para su libre participación en la lucha por el poder político. Los partidos deben existir legalmente sólo con base en el voto popular que obtengan y las candidaturas independientes deben tener la suficiente cobertura para su existencia y representar a sus votantes en los órganos del poder, al igual que los partidos políticos.
  • Conformar un sólo mecanismo electoral nacional con instituciones administrativa y judicial únicas, bajo el principio de la austeridad republicana. Ya se ha demostrado que el camino hacia la federalización de las instituciones electorales, proceso iniciado hace ya décadas, es correcto. El problema, sin embargo, es que no se ha culminado. Se plantea, por tanto, una sola legislación y unos organismos administrativos y judiciales únicos encargados de las funciones electorales, lo que, al mismo tiempo, disminuirá el gasto público que ahora se destina a la duplicidad de funciones.
  • Designar mediante voto secreto, directo y universal a las máximas autoridades electorales administrativas y a las jurisdiccionales, a través de la postulación de candidaturas a cargo de los poderes de la Unión. Es preciso que las instancias encargadas de organizar las elecciones y de decir el derecho electoral adquieran una dimensión ciudadana, para lo cual se propone que sus integrantes sean designados mediante votación popular, es decir, voto universal, libre y secreto.
  • Crear un nuevo sistema de elección en el que cada quien vote por sus representantes directos y todos los votos válidos se vean representados en los órganos colegiados del poder público, a través de una proporcionalidad pura. Uno de los mayores cambios políticos del momento actual consistiría en darle mayor representatividad a los órganos legislativos y municipales del país, para lo que se necesita que todos los votos válidos emitidos tengan el mismo peso y que los electores conozcan a los candidatos por quienes pueden votar directamente en cada entidad federativa y en cada municipio.
  • Elegir a ambas cámaras del Congreso de la Unión mediante votación en cada una de las entidades federativas, con el uso del método de listas postuladas por los partidos y listas de candidaturas independientes. Igual forma se aplicaría en cada elección legislativa local. Desaparecen las cinco circunscripciones plurinominales; en cada entidad federatriva se elegirán tantos integrantes de la Cámara como lo determine su población. De definirá la forma de votar dentro de cada lista para que los y las votantes de la misma determinen el orden de las y los candidatos.
  • Fijar en 300 el número de integrantes de la Cámara de Diputados y en 96 el del Senado. Asi mismo, establecer un tope máximo de 45 curules en las entidades más grandes para conformar sus legislaturas y un tope máximo de 9 integrantes en los mayores ayuntamientos. Se debe reconocer que el creciente número de representantes populares no mejora la calidad de la representación popular sino que sólo aumenta el gasto burocrático y la disputa por el mismo.
  1. Limitar el financiamiento de los partidos políticos solamente para gastos de campaña electoral, suprimiendo el llamado financiamiento ordinario que se entrega cada mes durante todos los años. Al tiempo, regular las aportaciones de las personas a los partidos y el uso de tales recursos por parte de éstos. Los gastos en burocracia partidista sólo promueven que los partidos se abstengan de cobrar cuotas y gasten dinero en actividades que no están vinculadas a la democracia, ya que son parasitarias pero pagadas con fondos públicos. El financiamiento público de partidos y candidaturas independientes debe realizarse sólo para hacer menos dispareja la contienda electoral, es decir, durante las elecciones, pero sin subsidiar preferentemente a las burocracias partidistas.

Con esta propuesta se busca fortalecer la democracia y garantizar el cumplimiento de la voluntad popular. La autoridad electoral administrativa y judicial debe ser independiente del poder político, pero también de los partidos y grupos económicos. En los últimos dos años, el país ha vivido un proceso que nunca se había visto. El INE fue pasando de ser frecuente instrumental del gobierno en turno y de algunos partidos a convertirse en actor de la lucha política. Un grupo de integrantes de su Consejo General asumió esa conducta, la cual no pudo revertirse con la designación de la Cámara de Diputados de dos nuevas consejeras y dos nuevos consejeros. El órgano de gobierno del Instituto llegó al extremo de anular candidaturas aprobadas y no impugnadas, a través de oscuros e inaceptables procedimientos de fiscalización de pequeñeces. Quedó por los suelos el derecho al voto pasivo de quienes contaban con las calidades legales para aspirar a cargos de elección popular. Esa fue una ofensa principalmente contra el electorado, aún antes que contra los candidatos y sus partidos. Ningún consejo general se había atrevido a llegar a tal extremo, aunque también es cierto que sabía de antemano que contaría con la complicidad de una mayoría de magistrados. De esa forma, se produjo dentro del INE un insospechado cambio de reglas. Una de esas reglas consistía en que la autoridad no tenía derecho a relevar candidaturas para allanar el camino de otro partido o coalición y que, a pesar de la peculiar integración del órgano, el derecho formal al voto pasivo siempre debía ser respetado por poseer carácter fundamental. Esto ha dejado de ser vigente.

Junto con esos escandalosos acontecimientos, se han producido otros muchos que, aunque con diversas connotaciones y circunstancias, hablan de una crisis del Instituto y del Tribunal.

La conducta reciente de las autoridades electorales frente al mecanismo de revocación de mandato es elocuente por sí mismo, como antes lo fue con motivo de la consulta popular. Los mecanismos de participación ciudadana con los que simpatiza el actual gobierno son tratados de la peor forma justamente por la instancia constitucional que tiene a su cargo la organización del procedimiento democrático. Centenares de millones de pesos de dos fondos que no lo son, pues proceden del desvío de partidas subejercidas con otros objetos de gasto, fueron esterilizados antes de ponerlos al servicio de aquellos dos inéditos eventos de democracia directa. El número de casillas donde el pueblo vota sin distingos se redujo en dos tercios debido a que la oposición estaba obstruyendo, por su propio lado, la concurrencia a las urnas. El INE actuó como un opositor más. Esta es una violación formal suprema de todos los pactos político-electorales que se han firmado en México desde 1977. La crisis es profunda y no sólo es de “credibilidad”, sino de ausencia de legitimidad y legalidad, pues, antes que el cumplimiento del deber, ha predominado el enfoque faccioso pretendidamente justificado con un lenguaje mendaz. Al final de ese camino tortuoso, ha quedado al descubierto la sencilla verdad de que el INE contaba sobradamente con los recursos públicos necesarios para cumplir el mandato legal de instalación de casillas.

Se requiere volver a empezar en muchos aspectos, saliendo del hoyo cavado durante los últimos tiempos. Se propone crear el Instituto Nacional de Elecciones y Consultas como autoridad electoral independiente sin militancia política y con capacidad de articular su acción con las instituciones originales del Estado mexicano.

Descomposición moral de élites

La Primera Sala de la Suprema Corte de Justicia de la Nación ha suspendido la aplicación de algunos preceptos de la Ley de Remuneraciones para permitir que durante un año más los consejeros del Instituto Nacional Electoral y los altos jefes del mismo ganen lo que ellos decidan, sin importar el límite constitucional.

La ley ordena que las normas generales no pueden ser suspendidas en su aplicación a través de medidas cautelares. Pero, en una votación de tres contra dos, la ley de remuneraciones no va a tener vigencia en el INE. Otra manera de decirlo es que el órgano máximo garante de la constitucionalidad ha violado la Constitución dos veces en un sólo acto: excluir por el momento al Instituto Nacional Electoral de la observancia de los artículos 75 y 127 de la Carta Magna y suspender, en el marco de una controversia, la vigencia plena de normas generales de observancia obligatoria, antes de resolver el fondo del asunto.

¿Por qué se ha rebajado tanto la Primera Sala de la Suprema Corte? No es la primera vez que lo hace. Lleva dos años autorizando remuneraciones discrecionales inconstitucionales de integrantes de órganos autónomos. La respuesta podría ser que una mayoría de la Corte no está de acuerdo con la nueva política de remuneraciones de los altos jefes de los entes públicos, pero como posiblemente no llegue a tener ocho votos, no puede resolver ningún asunto de estos en el Tribunal Pleno y, por ello, otorga suspensiones anuales en alguna de sus salas por mayoría simple de tres votos.

Sin embargo, el peor problema no lo tiene la Suprema Corte, sino una mayoría de consejeros y consejeras del Instituto Nacional Electoral. Cualquiera quisiera ganar más, pero un servidor público no puede darse la licencia de violar la Constitución y la ley para elevar sus percepciones. Mucho menos un funcionario que se encarga de organizar la recepción del voto popular a través del cual los electores manifiestan su voluntad política.

Es evidente que en la elección de 2018 hubo una amplia mayoría que indicó su acuerdo con una nueva política de sueldos de los jefes de los entes públicos, pues el candidato ganador planteó con absoluta claridad esa propuesta. Lorenzo Córdova no puede decir que ignora que una mayoría electoral no está de acuerdo con que él gane más que el presidente de la República aunque la Carta Magna lo prohíba y se haya votado en favor de una nueva política de sueldos. Ese mismo dictado lo hemos constatado en la elección legislativa del presente año. ¿De qué democracia hablan en el INE, de qué legalidad presume la mayoría de consejeros y consejeras?

Sería difícil suponer que tres de los cinco integrantes de la Primera Sala de la Suprema Corte se hubieran puesto formalmente de acuerdo con seis de los 11 consejeros y consejeras para aplastar las normas constitucionales y legales sobre remuneraciones de servidores públicos. Sería más bien una coincidencia de propósitos, pero eso no supera la ausencia de ética de unos y otros en este escandaloso lance de los sueldos.

El asunto es más grave cuando esos seis consejeros y consejeras electorales han estado militando en contra de la nueva fuerza gobernante del país que implantó una nueva política de remuneraciones, estableció una austeridad republicana en el servicio público e impulsa un programa social contrario al neoliberalismo de los tiempos en los cuales ellos llegaron a los cargos que actualmente desempeñan.

No existe la menor duda de que, entre muchas otras tropelías del INE, la cancelación de registros de candidaturas de ciudadanos que cumplían con los requisitos de la ley fue una manera de tomar parte en la contienda electoral, frente a la cual se debe ser imparcial.

En el asunto de los sueldos en el INE, tampoco cabe la menor duda de que la Junta General Ejecutiva del Instituto ha estado tomando decisiones para beneficiar económicamente a sus propios integrantes al desobedecer la asignación del Presupuesto de Egresos de la Federación y, con ello, los artículos 75 y 127 de la Constitución que ellos mismos protestaron cumplir y hacer cumplir.

El problema es de alto relieve ético y muestra con elementos adicionales la descomposición moral y política a la que se ha llegado dentro del INE. Bajo el Estado corrupto que imperó en el país y del cual todavía no salimos del todo, sino que estamos a medio camino, casi ningún ente público pudo asumir pautas diferentes. Pero pocas entidades han hecho lo que el INE: alegar la inaplicación de la Constitución respecto de sus altos mandos (unos 300), que tienen sueldos mayores que el presidente de la República, cuya percepción es la remuneración máxima constitucional. Esa es una distorsión monstruosa de la función pública donde el funcionario se ubica muy por encima del deber e, incluso, adopta una relación patrimonialista con los recursos puestos a su custodia, para lo cual ignora la ley suprema y, con ello, todo el sistema de leyes.

Es tan grotesco este asunto que en el INE no todos los consejeros y consejeras ganan lo mismo porque una minoría no admite el acuerdo de fijar remuneraciones inconstitucionales e ilegales, se niega a cobrarlas. Así que la percepción ya no es legal, igual e irrenunciable, como señala la norma máxima del país, sino que cada cual termina escogiendo su sueldo.

Aún así, con total falta de vergüenza y con absoluto descaro, algunos consejeros se toman de vez en vez su tiempo para fingir dar clases de política democrática y de legalidad a un país que, evidentemente, en su mayoría los desprecia.

Autonomía universitaria, al día de hoy

La autonomía universitaria surgió en 1918 en Córdoba, Argentina, como producto de una lucha democrática de los estudiantes que buscaban formar parte del gobierno de su institución. En 1929 la Universidad Nacional de México se confrontó con el gobierno que le quería imponer hasta la manera de caminar. Derechas liberales e izquierdas liberales, unidas, se encararon con el gobierno y obtuvieron la victoria gracias a la persistencia de la huelga de los estudiantes. En 1932 se expidió una ley de autonomía.

La Universidad se hizo autónoma y democrática, pero su democracia fue víctima del comercio y de la corrupción. Derechas e izquierdas no pudieron lograr un campo común democrático en su histórica confrontación y arrojaron una crisis de gobierno interior. Si los votos se compraban en el Consejo Universitario era porque estaban a la venta. En medio de la crisis, se produjo la intervención del Estado, se acabó una democracia ingobernable y se impuso el autoritarismo funcional. Ese es el sistema que persiste desde 1945.

Cada universidad pública del país tuvo una historia semejante. Durante los años setenta del siglo XX, algunas universidades lograron la democracia paritaria entre estudiantes y profesores, la cual siempre fue criticada, hasta el momento en que la derribó la corrupción de mafias emergentes. Otras instituciones siguieron bajo la égida de la derecha tradicional, tipo Yunque. Otras más, continuaron bajo el esquema de mafias priistas, aunque, después, algunas sin PRI. Todas ellas son autónomas y se reúnen, para defender su propio estatus, en la ANUIES, gran interlocutor del sistema universitario nacional.

El común denominador de dicho sistema es que la democracia no aparece por ninguna parte. Algunas de esas universidades fueron precursoras de la democracia mexicana en 1968 y años posteriores. Todas ellas han quedado atrás del país al que defendieron y representaron en materia de democracia.

Existe en casi todas las universidades públicas un pacto interno, no democrático y, en consecuencia, de carácter más o menos mafioso, gracias al cual la institución funciona, pero carece de grandes propósitos. Ninguna de esas universidades ha sido en los últimos 30 años la sede de un programa de reforma de la educación superior, como antes lo habían sido varias de ellas gracias al impulso de la izquierda.

En verdad, el neoliberalismo fue una derrota casi de palmo a palmo, la cual se advierte también en las universidades públicas de México. Pero es tan contradictorio ese proceso que no puede ignorarse que la UNAM fue la cuna del movimiento anti neoliberal universitario más importante y exitoso: la huelga de 1987 contra las colegiaturas y de la posterior huelga de 1999, que también fue victoriosa, aunque la rompió la policía, pues ya había triunfado antes de su quebradura, un año después de su inicio.

México tiene en la UNAM del siglo XX tres momentos políticos estelares de la mayor trascendencia nacional. 1929: la autonomía como libertad y gobierno democrático propio. 1968: inicio de las libertades democráticas, junto con el IPN y muchas universidades públicas y privadas. 1988 y 1999: derrota del plan neoliberal de organización de la educación superior.

Hay una lista de universidades y escuelas superiores que lograron en algún momento su democratización, pero que fueron sometidas, poco a poco, por parte de grupos priistas y panistas de franca derecha.

La UNAM no fue democrática bajo la actual ley que data de 1945, la más antigua del país, pero varias de sus facultades lograron, durante periodos, el cogobierno extralegal de estudiantes y profesores. Las reformas educativas más importantes y trascendentes fueron promovidas por las izquierdas, cuando estas tomaron poder de decisión bajo métodos democráticos y gracias a ellos.

Las derechas carecen de un proyecto de reforma universitaria porque en realidad no tienen convocatoria de cambios sociales sino sólo de conservación de viejos privilegios. Pero, en tal situación, sobrevino el neoliberalismo como plaga mundial y llevó a las universidades a funcionar como empresas comerciales valedoras del sistema de que todo debe estar sometido a la relación mercantil directa. Ya no era la derecha católica reaccionaria, añorante del siglo XVIII colonial, o el liberalismo decimonónico, como tampoco el estatismo autoritario post revolucionario, sino el poder de las grandes empresas y de las estructuras monopólicas financieras que se relanzaron, luego de la última guerra, sobre la mayor parte del mundo. El neoliberalismo es el programa del capital financiero contra el Estado social de los países capitalistas. Luego, con la caída de la URSS y países socialistas incorporados, los neoliberales se quedaron prácticamente solos, hasta que vino la segunda ola del Estado social, la cual sigue su curso a través de fuertes contradicciones y duras luchas políticas, no sólo en América Latina, África y Asia, sino también en Europa, sin excluir a Estados Unidos. Vivimos un momento de gran intento de cambio mundial.

Es natural que las universidades mexicanas, como las de gran parte del mundo, hayan estado inmersas en esas luchas. Durante más de 30 años, las izquierdas pagaron todos los platos rotos del neoliberalismo galopante. También lo hizo la educación superior, cuya gratuidad fue eliminada de la Constitución bajo la presidencia de Ernesto Zedillo, repuesta hace apenas unos meses por la 4T.

La inmensa mayoría de las universidades públicas del país se “derechizaron”. Claro, excepto las que ya eran francamente de derecha. Todas ellas son “plurales” o “pluralistas”, pero eso no quita su tendencia dominante.

Algo muy feo de este proceso es que grupos universitarios de izquierda llegaron algún día a la conclusión de que el neoliberalismo (formar una oligarquía de ricos financieros y desmantelar el Estado social) era mejor que vivir para siempre en la crisis del viejo estatismo que no había podido resolver ningún problema social de fondo.

Algunos de esos intelectuales de izquierda suponen que criticar a la universidad pública mexicana, por haber abrazado el proyecto neoliberal, es un atentado a la autonomía universitaria. Uno de ellos, ex miembro de la Junta de Gobierno de la UNAM, Rolando Cordera, en lanzamiento demencial, ha escrito que hemos de volver a la gesta de la defensa de la Universidad como en 1968.

El ejercicio de la autonomía universitaria depende del grado de democracia interna en las instituciones autónomas. De nada sirve un gobierno propio (“gobernarse a sí mismas”, dice la fracción VII del artículo 3º de la Constitución) si no se ejerce de conformidad con otros principios constitucionales de carácter democrático, la igualdad política y el derecho de elegir y, también, de decidir. La democracia concursal, formalista, es de por sí deficiente y se presta, como se ha visto, a grandes manipulaciones del poder del dinero, pero ni siquiera esa existe en el sistema público mexicano de educación superior.

La reforma universitaria nacional ha de ser pronto un movimiento para ubicar a la educación superior a la altura de la sociedad, en específico, del pueblo mexicano, el cual recién ha logrado lo que otros hicieron muchas veces a través de la historia: enseñar a sus propios profesores.

Rijosidad y rispidez

Muchas personas en las oposiciones y en grandes medios consideran que el ambiente político de rijosidad y rispidez se debe a las frecuentes réplicas, ataques y explicaciones que hace el presidente de la República. Se toman en cuenta mucho menos las arremetidas cotidianas de los críticos y adversarios del gobierno que se difunden ampliamente en la prensa y las redes sociales.

En México se pensaba hasta hace poco que los jefes del poder político no debían enfrentarse directamente a sus opositores, sino de manera subrepticia o indirecta, para lograr protección personal sin dejar de hacer lo deseado. Eso ya no funciona.

Tenemos un escenario político de rijosidad y rispidez, es decir, los actores principales están dispuestos a pelear y lo hacen con vehemencia y escasa amabilidad. En lugar de estar buscando al culpable de este fenómeno, lo que debe hacerse es admitir la realidad política, ya que, a fin de cuentas, todo eso forma parte de la emersión de una nueva fuerza gobernante que no puede dejar de lado el instrumento que la llevó al poder: la crítica, incluyendo, naturalmente, la modalidad de la denuncia pública.

La rispidez y la mala educación se manifiestan a la menor provocación porque el poder está en juego cada día. Así se ha tejido la lucha política desde la instalación de una nueva mayoría legislativa y la llegada de un nuevo Poder Ejecutivo, es decir, desde el 1 de septiembre y el 1 de diciembre de 2018: nadie en las oposiciones se propuso entonces alguna forma de colaboración condicionada o acotada con los recién llegados al poder, como suele ocurrir en las “democracias occidentales”, sino que se adoptó como objetivo la confrontación hasta llegar al momento de la derrota de la 4T, programada para junio de 2021 como primera fase.

Las oposiciones son muy fuertes, cuentan con apoyo electoral, dinero, algunos gobiernos locales, medios de comunicación, organizaciones sociales, gran parte del clero católico, organismos autónomos del Estado, empresas, organizaciones no gubernamentales. Sin embargo, no han podido derrotar a la 4T sino que han acumulado nuevos fracasos electorales en varios estados. Sin motivo lógico, en ese campo nadie en la coalición opositora intentó un análisis sereno de los resultados. Todo siguió casi igual.

Hay un grupo, cuyo nombre es “Sí por México”, que ha lanzado una nueva versión de su iniciativa unitaria de las oposiciones, la cual se va a denominar “Ciudadanos al Rescate Nacional”, lo que expresa mejor el propósito de volver a adquirir lo que antes se tuvo, el poder. Sus objetivos, según han dicho los dos principales líderes, Claudio X. González y Gustavo de Hoyos, ambos empresarios, son defender “la libertad, la democracia, la competitividad y la propiedad privada”.

El “rescate” es el contenido básico del discurso político porque corresponde a la realidad. Las oposiciones no pueden unirse orgánicamente sin tratar de reinstalar el Prian como mecanismo de administración de la mayor parte del espectro político mexicano y forma concreta de compartir el ejercicio del poder. Se ofrece, así, un regreso a algo conocido y, al mismo tiempo, se cree que eso habrá de tener la mayor fuerza de convencimiento popular. Nada fácil.

“Sí por México” es un grupo sin fuerza social, pero ha logrado un éxito inusitado en sus interlocuciones con los dos mayores partidos opositores, PAN y PRI, sin tener que ocultar su carácter ideológico de extrema derecha. Su tarea política consiste en aproximar a esos dos partidos y a otros para forjar una alternancia, pero cuando se anuncia la intensión de ir a una consulta sobre el mandato del presidente de la República, se desinfla todo y se renuncia al voto popular como instrumento de cambio. Ahora, “Sí por México” insiste en que toda la oposición debe ir en unidad, pero en el año de 2024 para llevar a un nuevo presidente contrario a la 4T.

El PAN no tiene problema alguno en su unidad con el PRI. Eso es lo más lógico porque el tricolor no ha elaborado un programa electoral de carácter social y debido a que el blanquiazul tiene mayor fuerza electoral, por lo cual le debería corresponder nombrar al candidato presidencial. El problema verdadero lo tiene el PRI porque cuenta con una masa electoral que no es de derecha en su mayoría y mucho menos de ultra derecha como “Sí por México” y segmentos relevantes de Acción Nacional que simpatizan con el partido fascista de España.

Es así como la rijosidad y la rispidez en las relaciones políticas se utilizan para confrontar más y más culpando al adversario. En realidad, la disposición a la pelea y la vehemencia son formas que expresan contenidos programáticos, pero principalmente en materia de política económica y social. Un Prian relanzado pero ahora con unidad orgánica no tendría más consecuencia que representar a los empresarios de extrema derecha, tal como lo hace “Sí por México”. El propósito no podría ser el restablecimiento de las libertades porque éstas existen hoy mucho más que antes, ni de la democracia que se sigue abriendo camino en el país, sino sólo la contención de la política social y la recuperación de viejos privilegios de unos pocos muy ricos.

La forma actual de discutir el tema político, es decir, rijosidad y feas maneras, practicada en no pocos países, en México ha venido a dar cobertura a la mentira como sistema instrumental. Nunca un gobierno ha sido tan difamado, pero ahora al menos no se han abierto procesos por daño moral contra ningún difamador. Aunque la decisión de no recurrir a tribunales en materia civil es políticamente adecuada, por desventura el país se acostumbra a la mendacidad en el debate público. La fabricación de falsedades ampliamente difundidas ya no es rispidez sino algo añadido que hace de la lucha política un ejercicio tan sucio como el practicado por Felipe Calderón cuando fue candidato a presidente (2006) y usó el dinero de la extrema derecha empresarial para difamar en radio y televisión a su contrincante, justamente Andrés Manuel López Obrador. Aquel grupo de capitalistas patrocinadores y aquel partido fueron exactamente “Sí por México” y el PAN.

¿Qué tienen que hacer los otros invitados a “abrazarse” en el pacto “Ciudadanos al Rescate Nacional”? Sería bueno escuchar respuestas inconcusas, pero al mismo tiempo sustentadas.

El PRI ante la línea de “contención” impuesta por la extrema derecha

El Partido Revolucionario Institucional (PRI) se deslizó hasta convertirse en un partido de derecha, una más entre las varias que existen. No obstante, insistió durante años en ubicarse dentro de la socialdemocracia, ya cargada hacia el neoliberalismo, como integrante de la Internacional Socialista, de la cual sigue siendo miembro.

A pesar de haber sido un partido antidemocrático, represor y corrupto, el PRI sostuvo una política internacional de cierta independencia y una línea de separación respecto de las extremas derechas, en especial debido a su etapa antifascista y a la persistencia de la vieja rama reaccionaria y extremista del catolicismo dentro del país. Así, el PRI se distinguió por negarse a romper relaciones diplomáticas con Cuba (1962), cuando la OEA decretó la expulsión de la isla, pero sí lo hizo con el gobierno golpista, dictatorial y pro yanqui del general chileno Augusto Pinochet (1973). Antes de esto último, se había negado a formar parte de la cobertura política creada por EU, a través de la OEA, para justificar la invasión militar estadunidense en Santo Domingo (1965).

La tendencia más acusada del PRI hacia las derechas se produjo cuando se convirtió en parte del neoliberalismo, hace ya unos 40 años. Como esa corriente mundial tiene un carácter predominantemente socio-económico, podía compartir objetivos con regímenes como el de Pinochet, a pesar del insólito rompimiento con éste.

El neoliberalismo mexicano tenía que erosionar al viejo estatismo y, al mismo tiempo, como era lógico, al nacionalismo que en su origen ha sido atribuido a la Revolución Mexicana. Sin embargo, los sucesivos gobiernos priistas pasaron toda la Guerra Fría con un alineamiento discreto con Occidente, sin llegar a convertirse en portavoces del anticomunismo militante y manteniendo una abierta simpatía, aunque lejana, con los procesos emancipatorios anticolonialistas y antimperialistas.

Es recordable la posición del gobierno de México en los conflictos en Centroamérica, en los que jugó un relevante papel en contra del intervencionismo de Estados Unidos y en apoyo político a las izquierdas de Nicaragua y El Salvador.

El último gobierno priista no se condujo en función de los principios mexicanos de política exterior. El alineamiento del entonces presidente Enrique Peña Nieto en favor de la injerencia golpista de Estados Unidos en Venezuela fue un viraje demasiado contrastante y, por tanto, digno de ser analizado como parte de cambios dentro del priismo como corriente política. El PAN aplaudió con entusiasmo la capitulación mexicana.

Lo que al respecto se ha hecho recientemente tiene ya expresiones grotescas: la visita del presidente del PRI, Alejandro Moreno, por vez primera en la historia de ese partido y del país, a la oficina del Departamento de Estado de los Estados Unidos encargada de las relaciones con México, con el propósito de denunciar al gobierno mexicano por un supuesto financiamiento electoral procedente de organizaciones de narcotraficantes. Eso mismo lo había hecho el día anterior ante el secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), Luis Almagro, quien se caracteriza por organizar alineamientos políticos intervencionistas y golpistas contra países de América Latina gobernados por fuerzas consideradas hostiles o indeseables por parte del gobierno de Estados Unidos. “Ministerio de colonias”, se le llamó a la OEA durante décadas, y lo sigue siendo.

El dirigente priista fue acompañado ciertamente por el presidente del Partido Acción Nacional y el de una de las sucursales de éste, pero eso no atenúa el significado de sus actuaciones, sino que le otorga una mayor gravedad, en tanto que se buscaba representar a la oposición mexicana en el papel de promotora de un franco injerencismo político, adverso a la independencia nacional y al principio de soberanía que contiene justamente la no injerencia de gobiernos extranjeros en la política interna de México. La ridiculez de dicha pretensión no elimina en absoluto su naturaleza ni la responsabilidad de sus autores.

La alianza del PRI con el PAN ha tenido sus costos al hacer depender las definiciones priistas de la opinión de la dirigencia panista, pero no sólo las de carácter meramente legislativo, sino también en el discurso priista, el cual se aleja cada vez más de planteamientos de carácter nacional y social.

El acercamiento de una parte del PAN al partido ultraderechista español Vox también puso en aprietos al aliado, es decir, al PRI, pues ha desvelado que esa unidad de acción abarca a un segmento claramente profascista. Nadie en la dirigencia priista se tomó la molestia de criticar la visita del líder de Vox al grupo senatorial de Acción Nacional y la firma en público de la llamada “Declaración de Madrid”.

El hecho de que las posiciones del PRI se definan dentro de una alianza con el PAN, el cual comprende a la extrema derecha, no sólo le resta independencia al priismo, sino que lo ubica dentro de esquemas relativamente nuevos, cargados más y más hacia la derecha, lo que incluye el racismo y el clasismo como manifestaciones culturales discriminatorias que denotan formas de opresión existentes.

Los dirigentes y legisladores priistas han perdido discurso propio para ir asumiendo como suyos ataques, calumnias e insultos contra el gobierno que profiere su aliado, el PAN, lo cual es también una forma de comportamiento muy ligado a esa manera de ser que tiene la extrema derecha.

La vieja política de proteger intereses económicos de grandes empresarios es una característica del PRI, pero otra cosa es arrimarse a posiciones francamente reaccionarias en lo social y en lo cultural. Se entiende que el PRI sea hostil a la política social de la 4T, pero no tanto por el esfuerzo de redistribuir una parte del ingreso, sino por la forma de hacerlo, por completo diferente al método político con el que se aplicaron los programas sociales priistas. Mas mucho peor resulta que el PRI defienda las fracasadas políticas del PAN, como el Seguro Popular y la privatización de partes del sistema de salud y de la seguridad social.

Ante el fracaso estrepitoso de la política de energía que implantó Peña Nieto de la mano del PAN, unos años después de que el PRI había rechazado parcialmente la propuesta de Felipe Calderón, lo menos que pudiera hacer la dirección priista sería admitir que ese no era un camino correcto para México en esa materia y formular, por tanto, un nuevo planteamiento. Sin embargo, todo es puro rechazo a las propuestas del gobierno actual, muy al estilo de la extrema derecha opositora.

La alianza del PRI con el PAN es, naturalmente, más benéfica para el segundo, pero no sólo porque ese tenga mayor fuerza electoral, sino porque cualquier arreglo de coalición fortalece las posiciones panistas, tal como se observó en la reciente elección de diputados y gobernadores. Lo peor ha sido tener que cargar con ciertas candidaturas que son hostiles al PRI, para, al final, perder de todas maneras.

Crear un frente de “contención”, como se le ha llamado a la alianza legislativa PAN-PRI, es por origen algo demasiado pobre para cualquier partido que pretenda seguir siendo una fuerza política. La oposición sin programa alternativo no es plenamente oposición, sino que ha surgido mutilada. Asumir por decisión propia el papel de tratar siempre de “contener” al gobierno no sólo enfatiza su función destructiva sino también conduce a una frustración tras otra.

Ahora, el frente de “contención” se va a centrar en las tres reformas constitucionales que ha anunciado el presidente de la República, apoyados en que hoy, como antes, la 4T carece de los dos tercios en ambas cámaras del Congreso. Pero la unión opositora no es una propuesta en sí misma. ¿Carece el PRI de opción para la industria eléctrica, la seguridad pública y el sistema electoral? De todas formas, se haga lo que se haga, el PAN tratará de llevar al PRI al terreno de impedir que haya modificación alguna porque, para el actual panismo, todo cambio resulta inaceptable cuando es el gobierno quien lo propone.

Resalta mucho el recuerdo de que, cuando perdió el gobierno federal frente al PAN, el PRI no asumió la práctica de oposición colérica que ahora desempeña en ridícula imitación de la conducta de la extrema derecha frente a un gobierno de izquierda.

Llegado el momento de decidir la candidatura común a la Presidencia de la República, la mano correspondería al PAN por simple correlación de fuerzas, ya fuera la o el aspirante militante o francotirador. Eso lo sabe la dirigencia priista pero no se lo cuenta a nadie. La campaña electoral sería, en consecuencia, algo dominado por la derecha tradicional y, tal vez, por la extrema derecha, grotescamente contraria a todo lo que está haciendo la 4T, sin detenerse a analizar a cuantos millones estaría beneficiando la nueva política. La divisa de la acción electoral de los coligados sería la de ninguna concesión al Estado social, sin detenerse tampoco a calibrar la crisis mundial en la que se encuentra el neoliberalismo.

Una candidatura presidencial de “contención” sería desastrosa y esto lo ha de saber el PRI. ¿Tratar de quitar a la izquierda la Presidencia de la República para entregársela a la extrema derecha? Eso sería la puntilla para el priismo.

Corrupción, antidemocracia, represión y neoliberalismo, combinación de un pasado reciente

Toda síntesis es arriesgada e inexacta, pero es inevitable hacerla. Si a un opositor de antes, que luchó contra el Estado corrupto y en favor de la democracia política, que denunció y sufrió la represión, luego de lo cual levantó un programa político en contra del neoliberalismo, enfermedad mundial que golpeó con fuerza inusitada a México, se le preguntara qué es el pasado, pues lógicamente contestaría que todo aquello que ha criticado y tratado de cambiar.

Toda persona que busca el pensamiento crítico nunca debiera renunciar a tan alta cualidad, por lo que sería impropio pedirle que deje de examinar los hechos concretos. Por tanto, quienes advierten que los cambios actuales van en la dirección de superar aquel pasado considerado oprobioso, tienen a salvo su derecho de crítica y de réplica. La que no se explica de igual forma es la conducta que asumen algunos que, no obstante haber criticado desde la izquierda al viejo régimen, se ubican prácticamente en la oposición cuando justamente todos esos elementos del pasado empiezan a ser derruidos y se camina en pos de nuevos “modelos” de Estado y sociedad.

Los beneficiarios del régimen anterior añoran ese pasado y buscarían volver a aquellas condiciones que han empezado a cambiar. Pero, desde la izquierda, ¿es válido apoyar a aquellos que gobernaron antes y que ahora quieren volver?

Uno de los argumentos de esos disidentes estriba en negar que el gobierno de López Obrador sea de izquierda. Tienen una idea muy individual sobre el socialismo moderno como gran corriente internacional desde el siglo XVIII, que sigue existiendo a pesar de su diversidad y, aún más, de sus contradicciones y catástrofes.

La mayoría de esos progresistas o personas de la izquierda o del socialismo, como se quieran definir a sí mismos, no han manifestado el menor acuerdo con alguna de las líneas de la política gubernamental. Para ellos, todo es falso, incorrecto, engañoso o nefasto. Por tales motivos manifiestan coincidencias con la coalición opositora, “frente de contención” o como se quiera denominar al PRIAN.

Existe otra situación peculiar. Desde una sedicente e indefinida izquierda, esos opositores están fuera del debate nacional. No pocos de ellos escriben artículos y hasta opúsculos, pero no aciertan a definir un marco conceptual y mucho menos a realizar un análisis concreto. Sencillamente, salvan su alma, desprecian a la 4T y, de tal forma, pueden justificar, ante sí mismos, la causa de su propia inutilidad.

Ese territorio poblado de personas que toda su vida fueron de izquierda para terminar ahora simpatizando con la derecha política, es un lugar sin horizonte. Desde ahí, se piensa, podría volverse a vivir aquellos años que, al menos por ahora, ya quedaron atrás. Fueron momentos en los cuales era posible ser oportunista frente al gobierno priista o panista y, al mismo tiempo, ser crítico de esa combinación tan mexicana de corrupción, antidemocracia, represión y neoliberalismo. Ahora ya no, pues para ejercer aquella crítica sería indispensable romper de plano con los actuales representantes del viejo régimen.

Justo en el momento en que las herencias del pasado reciente son defenestradas desde un nuevo gobierno, algunos críticos de antes lanzan sus nuevas críticas contra la negación de lo mismo que criticaban. Las frases que escriben o pronuncian están más bien ligadas a que no les gusta el “estilo personal” del presidente de la República, como si ese hubiera sido alguna vez decisivo en la definición de la política gubernamental.

No es México el único país de América Latina en el que un gobierno de izquierdas es atacado por algunos que antes sostuvieron críticas de fondo de las políticas de las derechas. Hemos visto en Brasil, Argentina, Ecuador, entre otros, a grupos de secuaces o cómplices de los neoliberales en el marco de varias catástrofes políticas.

Hay que aclarar que aquí no tomo en cuenta a aquellos que, viniendo de la izquierda partidista, militan ahora orgánicamente en las filas de la oposición prianista, que son candidatos y vocingleros de consignas maledicentes de la alianza de las derechas y que, para oprobio histórico, utilizan las siglas construidas por la izquierda en momentos de tremenda confrontación. Estamos hablando ahora de quienes no se resbalaron por el tobogán de la corrupción, por lo que su conducta requiere buscar explicaciones o, al menos, descripciones de un fenómeno en el que gente de izquierda deja de serlo funcionalmente en el mejor momento de la corriente histórica en la que se formó.

Son personas de izquierda alineadas con la derecha, exponiendo su nueva posición como valladar frente a una supuesta vuelta al autoritarismo, a pesar de que no han aportado un sólo elemento concreto al respecto. Al asumir la versión de que México está al borde de una especie de dictadura bajo el liderazgo de Andrés Manuel López Obrador, hacen suyo un novísimo espantajo de la derecha más reaccionaria. De esa forma, unos que antes cerraron filas con la izquierda en favor de la democracia política, se transfieren al otro bando político y social, en busca de rescatar una bandera que ahora carece de la significación que tuvo cuando se luchaba contra la prisión política y por los derechos ciudadanos de todos. Esa bandera no tiene ya la misma vigencia, pero no por ser enarbolada por la derecha, sino por ser producto de una mentira.

Dentro de unos meses se producirá en México un plebiscito revocatorio del mandato del presidente de la República, acto insólito de participación popular. De por sí, la cita de las urnas es una práctica generosa en el marco de la lucha política, pero también será un momento de definiciones y deslindes. Mucho aprenderá el país. Veremos hasta dónde y qué tanto pueden coincidir aquellos que durante años lucharon por superar el viejo régimen y en favor de transformaciones sociales y políticas.

La consulta decisoria

    Las democracias concursales han llegado al plebiscito, el referéndum y la revocación de mandato a través de procesos de aguda lucha política. La consulta popular decisoria es, en sí misma, un instrumento para resolver confrontaciones dentro del sistema político de la Constitución.

El 27 de abril de 2011, cuando se aprobó originalmente en el Senado la reforma constitucional que abría en México la consulta popular, se dijo en todos los tonos que esa era una fórmula democrática y no violenta para resolver desavenencias críticas, confrontaciones de poder o conflictos agudos. Nunca se planteó como un ritual ni se incorporó a la ley fundamental como un derecho secundario. Llevada a todos los niveles, la consulta sería un mecanismo básico de la componente directa de la democracia mexicana.

El tema del quórum tuvo desde un principio una relevancia singular. No toda consulta es vinculante, es decir, obligatoria o decisoria, sino que se requiere un porcentaje de concurrencia a las urnas. En México se optó por el 40% del listado de electores porque la figura de la consulta se creó para ser efectuada el mismo día de las elecciones. Sin embargo, en 2019, con motivo de la reforma que instituyó la revocación de mandato y ante la norma de que las consultas pueden realizarse en cualquier año y no sólo en los comiciales, se les desligó expresamente del día electoral, al grado de ubicar su realización dos meses después. Este es un evidente defecto introducido con maña por los enemigos de la democracia directa que son minoría en el Congreso, pero tienen más de un tercio para bloquear reformas constitucionales.

No es lo mismo un 40% de quórum en un día de concurrencia comicial a otro cualquiera, como será el próximo 1o de agosto. La dificultad para proveer una concurrencia de 37 millones es en verdad inmensa, más aún cuando las oposiciones ignoran la consulta porque carecen de discurso frente a la misma, aunque en realidad no están de acuerdo con realizar consultas en general y mucho menos la próxima que es en contra de ellas como formaciones políticas.

El primer gran golpe a la nueva institución de consulta popular lo asestó la Suprema Corte de Justicia de la Nación al descalificar el pedido popular, presentado con suficiencia de firmas en dos simultáneos procedimientos, para votar en el año de 2015 la entonces reciente reforma constitucional sobre energía.

Por diez votos de un total de 11, la Suprema Corte consideró que el tema era de ingresos públicos, los cuales no están sujetos a consultas al igual que los gastos. El país entero entendía que la cuestión no era de ingresos sino de producción de energía. Igualar una cosa con la otra podría aplicarse para cualquier pedido de consulta que, de alguna manera, pudiera incidir en los ingresos o provocar algún gasto. La resolución jurisdiccional, adoptada el 30 de octubre de 2014, fue una burla a la nación y se encuentra grabada en los anales más oscuros de la Suprema Corte.

En verdad, ese tribunal se comportó en forma canallesca. Su criterio sobre el asunto fue fabricado a partir de una consigna directa del entonces presidente de la República, quien sabía que podía ganar el No y hacer rodar cuesta abajo su reforma. Casi todos en la Suprema Corte obedecieron, en uno de los actos de mayor sumisión en décadas de mansedumbre judicial.

La consulta sobre la reforma de energía hubiera sido también todo un éxito de democracia participativa, ya que era una ocasión para lograr la elevación del pueblo mexicano al grado de tomar decisiones sobre temas de enorme trascendencia. Entre un pueblo que elige y otro que también decide hay una diferencia esencial. De ese tamaño es este asunto.

La democracia concursal no deja de ser lo que es cuando se le incorpora la consulta popular. Las fuerzas políticas convencionales siguen determinando el escenario político porque dominan el poder del Estado, pero ya pueden irrumpir otros factores que no son propiamente parte del concurso político formalista y tradicional.

Lo que ha ocurrido en Chile es una clara muestra de ese fenómeno. En una votación popular se decidió convocar a un constituyente elegido en su totalidad directamente por el pueblo. El porcentaje de participación fue alto y se produjo una avalancha de votos en favor de la solución democrática de la crisis del modelo económico y del poder político que existe en ese país. Las posteriores elecciones de diputados a la asamblea constituyente confirmaron la intromisión de factores políticos nuevos, al margen del esquema dominante concursal que proviene de la caída de la dictadura, la cual, por cierto, fue producto de una consulta popular. Ahora, fueron atropelladas por la ciudadanía las dos fuerzas que habían disputado y alternado entre ellas durante 30 años.

La situación política de México, caracterizada por una aguda confrontación entre dos grandes fuerzas, la 4T y las oposiciones unidas, va a requerir el uso de mecanismos de participación política directa, a través de los cuales podrían dirimirse algunos graves conflictos. Por lo pronto, tendrá lugar el próximo año un procedimiento de revocación presidencial.

El camino de las consultas populares apenas se inicia.

Falacias

El consejero presidente del Instituto Nacional Electoral ha vuelto a declarar que las críticas y ataques en contra de su administración son falacias (del latín fallacia: engaño; argumento que parece válido, pero no lo es). Los motivos de tan grave acusación son ahora algunos comentarios acerca de la conducta del INE frente a la consulta popular que deberá realizarse el próximo 1º de agosto.

Lorenzo Córdova ataca a los poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial, a quienes culpa de cometer omisiones, en concreto al no haber otorgado el respaldo financiero necesario para la consulta popular. Para definir de dónde procede la falacia y cuál es su motivo, es preciso repasar algo de lo que ha ocurrido durante varios años con el INE, en especial respecto de los recursos que le entrega la Federación.

Cada año, se envía al Poder Ejecutivo un proyecto de presupuesto del INE para el siguiente año, manufacturado por el grupo dominante de ese instituto con absoluta libertad y sin dar explicaciones a nadie. Como señala la Constitución, el presidente de la República lo integra al proyecto de Presupuesto de Egresos de la Federación (PEF) y lo presenta a la Cámara de Diputados, tal cual y sin comentarios.

En números redondos y sin incluir el exagerado financiamiento a los partidos, para el año 2018 el INE solicitó 18 226 millones de pesos y se le autorizaron 17 426 (año de elecciones nacionales completas y muchas locales). En 2019, el pedido fue de 11 303 y se le aprobaron 10 397. Para 2020 se dijo que iba a requerir 12 493 y se le entregaron 11 421. Para 2021, año de elección de diputados federales, el requerimiento fue de 20 463 y se le admitieron 19 593.

En los últimos cuatro años no se han autorizado en la Cámara solicitudes de gasto del INE por unos 3 700 millones, pero no se observó nada anormal en su funcionamiento. Las negativas presupuestales señaladas y otras anteriores han provenido de legislaturas diferentes, con mayorías diversas, por lo que no corresponden todas al mismo partido.

El grupo dominante del INE envió un pedido, mediante un simple oficio, a la Cámara de Diputados, para un nuevo presupuesto por 1 500 millones, tendientes a cubrir los gastos de la consulta de agosto de 2021. Al respecto, hay que decir que el INE no tiene facultad para solicitar dinero directamente a la Cámara, sino que debe enviar sus pretensiones presupuestarias al Ejecutivo y éste trasladarlas, para su posible autorización, aunque, también, haciendo ajuste al PEF, pues toda disminución o aumento de egresos autorizados por el Legislativo debe contener su correspondiente repercusión en el presupuesto ya aprobado. El grupo dominante del INE nunca propuso a quiénes habría que reducirle esos 1 500 millones, no obstante recurrió a la Suprema Corte de Justicia para que obligara a los otros dos poderes a obsequiar su solicitud. Los ministros y las ministras emitieron una resolución negativa, “lisa y llana”, como a veces dicen en materia de amparo.

Hay que agregar que, en 2019, 2020 y 2021, el grupo que maneja el INE se negó a reconocer la vigencia del PEF en cuanto a sus propios sueldos. Recurrió a controversias ante la Suprema Corte, obtuvo sucesivas suspensiones, pero nunca se produjo ninguna sentencia, es decir, jamás se ha entrado al fondo del asunto en sede jurisdiccional. Cada año, caduca el presupuesto “suspendido” con esa vergonzosa maniobra y, quienes perciben más de lo autorizado por el Poder Legislativo, siguen imponiéndole a la nación su propio sueldo, como si fueran monarcas absolutos. Ya se sabe de sobra que la Constitución, en su artículo 127, señala que nadie puede recibir una remuneración mayor que la fijada para el presidente de la República en el PEF, pero en el INE existen 300 funcionarios que ganan más por su propia y soberana voluntad.

Lorenzo Córdova ha informado que tuvo que hacer “ahorros” por 500 millones de pesos para cubrir gastos relacionados con la consulta, “gracias a las políticas de eficiencia en el gasto del Instituto”. Si el gobierno les hubiera entregado los 1 500 millones que estaban pidiendo, ¿en qué hubieran gastado esos 500 millones, “ahorrados” gracias a la “eficiencia”, que ya no se habrían tenido que “ahorrar”?

El INE iba a gastar 1 500 millones, según dijo, pero también iba a reducir el número de casillas. Luego, el asunto se salda con 500 millones “ahorrados”, lo que hace pensar que, como cualquier proveedor privado de servicios, descuenta dos tercios en la factura, pero brinda solo la tercera parte del trabajo que se requería. Sin embargo, como desde el principio se afirmó en el INE que no era necesario instalar tantas casillas como en la elección federal, sino sólo una parte de ellas, un tercio, digamos, ¿dónde iban a ir los restantes mil millones, más los 500 ahorrados? Otra discusión consiste en si serán suficientes las casillas que se van a instalar. Lo veremos pronto.

En el Instituto Nacional Electoral ningún dinero alcanzaría para todo lo que se quiere gastar con o sin necesidad. El Estado mexicano creó un enorme aparato oneroso y poco eficaz, mediante acuerdos entre los partidos políticos, como pretendido instrumento que garantizara la equidad, legalidad y transparencia en los procesos electorales.

Las veces que la Cámara de Diputados no le ha autorizado la totalidad del dinero solicitado, el INE siempre ha tenido suficiencia y, además, se ha demostrado que, aún con menos presupuesto, hubiera logrado hacer esencialmente lo mismo. En el INE, el derroche siempre ha sido una de sus costumbres, una manera de repartir dinero.

El grupo de regidores del INE siempre ha dicho que la Cámara de Diputados le recorta el presupuesto. Sin embargo, no se le puede quitar a una entidad pública lo que nunca se le ha acreditado y ministrado. Lo que hace la Cámara es negar solicitudes groseramente exageradas y tratar de evitar los gastos más inflados que caracterizan al INE, empezando por los sueldos ahora inconstitucionales. Aún así, como lo demuestran los 500 millones que tenía Córdova debajo del colchón cuando estaba pidiendo 1 500, el INE sigue siendo dispendioso.

Esta situación contrasta con la ineficacia de una institución que jamás entrega resultados electorales completos y validados antes del cuarto día después de la jornada electoral. Medalla mundial al demérito.

En 2015, el jueves posterior a la elección (10:43 horas), cuando todavía existían conteos distritales en curso, el Sistema de Cómputos arrojó el 100.66 por ciento de casillas computadas, luego de lo cual hubo una lluvia de preguntas y protestas, pero sin que el consejero presidente del INE, Lorenzo Córdova, compareciera ante los medios para informar sobre lo que estaba ocurriendo con el mecanismo de computación nacional de votos. Algo también muy poco visto en el mundo.

Ese mismo año, cuando se tenía que inaugurar el nuevo sistema de control de gastos de los partidos, fue imposible hacerlo funcionar de acuerdo con la ley porque el contratista había resultado ser un defraudador y no diseñó el programa, sino que durante meses nomás estuvo cuenteándose a los cabecillas del grupo dominante del Instituto.

Es breve la historia del INE como órgano independiente (1996), pero sería muy laborioso escribirla, aunque fuera en versión preliminar. Son incontables las pifias, errores, fraudes, imposiciones, maniobras, chuecuras y abundantes falacias. En 2006, el IFE hizo un cómputo nacional de la elección presidencial que está reservado al Tribunal. En realidad, el IFE-INE carece de épica. Han sido tan sólo 25 años, pero cargados de acontecimientos dignos de ser relatados.

En muy pocos países el órgano electoral tiene un aparato relativamente tan grande. Al margen del sistema de registro de electores que es, en esencia, otra cosa, el INE cuenta con 333 órganos ejecutivos permanentes que funcionan a toda su capacidad sólo cada tres años. Esas juntas tienen direcciones redundantes, al grado de unificar organización y capacitación justo cuando hay comicios, es decir, cuando se acaban las vacaciones. Ni el Ejército está tan extendido. Bueno, ya ni la Guardia Nacional que apenas llegará este año a unos 250 cuarteles y esa sí que tiene que cubrir el territorio durante todo el año.

No existe el menor intento de inventar deficiencias o exagerar errores del INE. Nunca ha sido así. Lo que debe entenderse es que lo delicado de la tarea de administrar los procesos electorales provoca respuestas críticas inmediatas y enérgicas, mucho más cuando, como ahora, existe una especie de mafia burocrática que no discute con nadie y aplica las leyes sin criterio de justicia y de respeto a derechos ciudadanos, con el fin de beneficiar a sus amigos y combatir a sus críticos, entre los cuales destaca el gobierno desde el 1º de diciembre de 2018, pero no antes.

En los argumentos de esa mafia podemos encontrar la práctica de la falacia para atribuir validez a la mentira, como esa de los miles de millones dizque recortados que jamás tuvo el Instituto más que en los papeles de burócratas que, además, se asignan su propio sueldo a despecho de lo que marca la Carta Magna que prometieron respetar.

El INE debería ser un órgano del Estado regido por el profesionalismo, la legalidad y la imparcialidad, garante de derechos ciudadanos y humanos. Quien quiera participar en la lucha política, que se postule, que milite, pero que no convierta en instrumento a instituciones, como el INE, que tienen específico mandato constitucional, pues, al actuar de tal forma, se vive envuelto en falacias, es decir, en intentos incesantes de presentar como verdades sus propias mentiras.