Dos de los últimos lances del Senado han generado ciertas confusiones y han dado lugar a algunos chismes. Todo lo cual requiere de algunas someras aclaraciones por si acaso algunos creen todo lo que leen o lo que les cuentan.
El nombramiento de Raúl Plascencia como presidente de la Comisión Nacional de Derechos Humanos es de la exclusiva responsabilidad del PRI y el PAN –como casi todo–, aunque algunas malas plumas han querido endosárselo al PRD con torcidos argumentos y uno que otro chisme de pésima factura. Como se sabe, tal nombramiento debe ser producto de las dos terceras partes de los senadores presentes. El método fue de tres vueltas de votación como se estila en los parlamentos. En la primera vuelta, Plascencia obtuvo un voto menos de los necesarios para ser elegido. La izquierda había votado por Álvarez Icaza, con solo 32 votos. El PRI había votado por Plascencia aunque Raúl González había obtenido seis votos de priistas, digamos que disidentes. En la segunda vuelta dejó de votar un priista con el propósito de garantizar el nombramiento de Plascencia aún cuando los demás votos no variaran. Además, cuatro priistas cambiaron su voto a favor de Plascencia.
Ahora bien, se dice que Raúl González no fue nombrado porque el PRD y otros se amacharon con Álvarez Icaza y que de no ser por esa circunstancia aquél hubiera resultado elegido en lugar de Plascencia. No, no es retraso mental sino enemistad con la más elemental aritmética o de plano mala leche. ¿Cómo hacer que alguien con seis votos pudiera lograr las dos terceras partes de 113 votantes, es decir 76? Bien, hubiéramos juntado los 32 de la izquierda con unos 30 del PRI, si los priistas hubieran estado de acuerdo, aunque no lo estaban de ninguna forma, pero aún así no hubiera sido elegido nadie diferente que Plascencia. En cambio, con un voto emitido menos, Plascencia tenía asegurado el triunfo. Así fue.
Como dicen los abogados, a mayor abundamiento, el PRD había considerado que si González obtenía votos del PRI y del PAN habría que virar el voto en la tercera vuelta a favor del abogado de la UNAM, quien resultaba mejor que Plascencia. El chisme de que yo “veté” a Raúl González por ser candidato de “los barones de la UNAM” es justamente eso: un chisme infame. Ni quería ni podía. Además, nunca he visto a la UNAM como un condado.
La otra aclaración viene de la aprobación de un transitorio de la Ley Federal de Derechos con el cual se exenta del pago del tributo por dos años a los próximos concesionarios de la nueva banda de telecomunicaciones, la más rápida y rentable. Sí, son unos cinco mil millones de pesos que no llegarán nunca a la Tesorería de la Federación pero que servirán para incrementar las ganancias de los concesionarios de las mejores frecuencias. Se trata de algunos de los personajes más ricos de México, pero que demandaron y consiguieron un aliciente fiscal. ¡Bah!
Se dice por los chismosos que cuando yo califique de rajones a los panistas que habían votado en contra y que, en segunda revisión en el Senado, iban a votar a favor, logré que el precepto de la exención fuera finalmente aprobado porque algunos panistas se ofendieron, les salió el pundonor de partido y retiraron su voto por la negativa. La verdad es otra. El gobierno operó sobre muchos senadores del PAN para convencerlos de que algunos grandes ricos de México necesitaban una exención de impuestos para que le hicieran el favor al país de invertir mucho dinero, en asociación con algunos extranjeros también precaristas, en beneficio del futuro de la nación. Algunos panistas se echaron para atrás, suficientes para evitar el rechazo de la exención, ya que todo el PRI estaba votando a favor de los oligarcas que de seguro ganarán las así llamadas licitaciones del espectro radioeléctrico. Pero el asunto no quedó ahí, sino que en la izquierda también hubo bajas –el que se mueve no sale en la tele, les dijeron—de tal forma que Convergencia votó a favor y unos pocos perredistas y petistas se salieron de la sesión para no votar en contra, es decir, para no votar.
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