Algunos expertos y periodistas insisten en comparar la crisis económica provocada por la pandemia de Covid-19 con la gran recesión de 1929-32. Sin embargo, se trata de dos fenómenos por entero diferentes.
En aquel entonces se produjo una sobreproducción que llevó a
la caída generalizada de precios porque gran parte de las mercancías no se
podían realizar en el mercado, es decir, vender. En consecuencia, la producción
cayó. Sus efectos se prolongaron hasta 1938 y quizás después.
El crack de Wall Street (martes
negro) no fue el inicio de la crisis, como algunos siguen creyendo, sino una
de sus consecuencias con el derrumbe de precios de las acciones, las cuales se
habían usado a menudo como garantías de préstamos bancarios para comprar las
mismas. Luego, quebraron también muchos bancos al dejar de tener precio los
valores bursátiles recibidos como avales y, además, aquellas acciones que
tenían en propiedad como parte del nuevo capitalismo financiero: industria y
banca fusionadas. Las carteras vencidas
eran la inmensa mayoría.
Llegó un momento en que el sistema de pagos estaba casi a
diario al borde de desaparecer. Los precios agrícolas se desplomaron en 60%, lo
que hacía para muchos incosteable producir. La deflación alcanzó un 25% en toda
la economía. La producción industrial se redujo entre el 60 y el 80%. La
producción total bajó en un 30%. El comercio internacional disminuyó 50%. El
desempleo llegó en EU al 33%. Los aranceles subieron. Las exportaciones
mexicanas pasaron de 274 mdd en 1929 a 96.5 en 1932.
La crisis actual no tiene expresión propiamente financiera. Esos
mercados gozan de razonable salud por más que hayan «perdido valor»
durante algunos días consecutivos. El problema es el de un enorme parón de la
producción, el comercio y los servicios que abarca las actividades que se
consideraron no esenciales, en especial la industria.
El desempleo formal que vivimos bajo la crisis de Covid-19 ha
sido provocado por la decisión de muchos patrones de despedir a una parte de sus
trabajadores como parte del cálculo de la situación nueva que vendrá cuando se
reanude el trabajo. En la zona informal es generado por el cierre forzado de
pequeños establecimientos o la ausencia de suficientes compradores. Esto quiere
decir que, en el momento en que se reanude la producción y el comercio, una
parte de los puestos de trabajo cancelados se podrán recuperar, aunque sólo en
la medida en que las industrias vayan restableciendo sus anteriores niveles de
producción y los comerciantes y prestadores de servicios recuperen su clientela.
Pero esto no lo podemos medir antes de tiempo ya que estamos en una situación
nunca antes vivida.
Las empresas de todo tamaño requieren crédito para sostenerse
hoy y reanudar mañana. La banca privada y la estatal tienen suficiente liquidez
para atender la demanda de dinero. Las moras pueden ser manejables. El Banco de
México ha abierto un amplio programa para que los mecanismos del crédito
cuenten con el respaldo suficiente con intereses moderados, menores que los
predominantes en el mercado.
El gobierno se está encargando de ofrecer pequeños créditos a
la palabra a quienes no tienen acceso a la banca. Esa es la parte que se puede
atender solamente desde el presupuesto de egresos. Creo que habría también que brindar
ayudas gubernamentales a trabajadores formales e informales en paro efectivo porque
en México no existe un sistema de seguro de separación o de desempleo. Algo de
esto último ya se está haciendo en algunos lugares.
El pronóstico de que la crisis de la pandemia agregará en
México 10 millones de pobres y 6 más en extrema pobreza quizá sea producto de
un cálculo sobre el posible comportamiento del Producto Interno Bruto. Sin
embargo, la correlación entre éste y la pobreza es algo que se seguirá
discutiendo porque no existe una regularidad que resuelva el punto. No hay duda
de que el PIB decrecerá pero eso no significa que automáticamente y en
semejante medida se va a profundizar la
pobreza y/o aumentar el número de pobres. El cálculo de la cantidad de personas
que no son consideradas en pobreza y que pasarán a esa categoría, así como el
de pobres que serán arrojados al extremo no es un asunto de aplicación de fórmulas
porque existe la política social.
A la luz del primer trimestre del año es aún imposible
calcular la caída exacta que tendrá el PIB en 2020. Abril y mayo han sido el
momento del mayor parón económico en el país, pero esa situación no se
mantendrá idéntica durante el tercer trimestre del año (julio, agosto y
septiembre) ni menos durante el cuarto. La capacidad de recuperación de la
planta productiva que ha sido llevada al paro es una incógnita porque no
conocemos otra crisis como la actual.
En realidad, lo que se sabe sin discusión es que habrá un
decrecimiento del producto y un aumento del desempleo (AMLO lo estima ya en un
millón), pero no parece que el nivel de precios vaya a modificarse, cuestión
esencial en cualquier pronóstico sobre pobreza monetaria.
Las crisis de los años ochenta del siglo XX, en el marco del
colapso de la deuda externa y de la caída del precio del crudo, cortaron de golpe
el crecimiento económico de México. El PIB se redujo una y otra vez, de tal
forma que decreció en promedio durante la década. Hoy, nadie parece ser
responsable de esos desastres. Pero era el PRI.
En 1994, la sobrevaluación del peso con un esquema de deuda
indexada al dólar (tesobonos), decidida en gran medida por motivos políticos,
es decir, una especie de economía pendida de hilos imaginarios, inventada por
Carlos Salinas dentro de su proyecto transexenal, trajo como consecuencia una
crisis de dimensiones criminales.
El Efecto Tequila
de 1995 que provocó un oleaje internacional, llamado en México «el error de diciembre» (del año
anterior) para exculpar al autor y justificar al operador (así era la prensa en
México), condujo al país a una especie de ruina. La producción disminuyó casi
el 7% en ese año, la banca privada colapsó, la devaluación del peso alteró
todos los parámetros, la inflación se hizo galopante, las tasas de interés se
revolucionaron, el desempleo se profundizó, los salarios reales cayeron aún más
y México acabó bajo los inicuos términos fijados por los acreedores. Como
corolario, se le impuso al país desde el gobierno zedillista una nueva deuda de
cien mil millones de dólares sólo para salvar a la banca privada y a los
deudores de la misma (Fobaproa), la cual sigue devengando intereses que se
pagan a través del presupuesto federal.
Era otra vez el PRI, pero Ernesto Zedillo (el entonces recién
investido presidente) pretende ahora decidir lo que se debe hacer. Sus amigos periodistas
están en lo mismo, aunque parezca increíble.
En 2009 el PIB disminuyó también casi 7 puntos de golpe, a
pesar de que el gobierno panista, con operadores financieros priistas, había
pronosticado un simple «catarro» frente a la pulmonía que se esperaba
en Estados Unidos. Felipe Calderón es uno más de aquellos neoliberales que
ahora pretenden dar lecciones.
Muchos de los críticos del gobierno actual, los inconformes de
que no haya subsidios a los ricos ni condonaciones fiscales, incluidos intelectuales
que no son capitalistas pero piensan peor, estaban en aquellas funestas crisis
bastante tranquilos y se les veía muy cerca de los círculos oficiales.
La crisis económica del Covid-19 no durará tanto como la de los treinta del siglo XX ni como el efecto tequila («el error») o la más reciente del colapso financiero, gran operativo del crimen organizado de Wall Street. Pero su superación no será cosa sencilla en México debido al conflicto político.
Los líderes
empresariales se han dedicado a exigir el cumplimiento de su pliego petitorio de
ayudas gubernamentales mientras la intelectualidad conservadora defiende los
esquemas neoliberales que han fracasado en el mundo. Los partidos de oposición
se han convertido en corifeos de aquellos y, ante la falta de propuestas
propias, se dedican a tratar de bloquear todo.
Ninguna fuerza al margen de la 4T apoya el golpe de timón
nacional de la nueva política económica y social. Se ha acortado extremadamente
el terreno de las alianzas políticas en las que se pudieran incluirse a las izquierdas.
El diálogo mismo, aunque fuera ritual, está casi interrumpido a la espera de
una reanudación tan incierta como el curso de la economía.
Por lo pronto, se acusa
desde el conservadurismo a López Obrador de buscar lo que él mismo está
diciendo: un cambio mayúsculo en el cual no tengan lugar ni puedan regresar los
esquemas neoliberales. Se afirma, nomás por decir algo duro, que la democracia
está en peligro, como si ésta consistiera en el predominio de minorías rapaces
que han usado al Estado para enriquecimientos
ilícitos.
La confrontación política se aprecia hasta en materia
epidemiológica, en la que improvisados «especialistas» critican lo
que dicen los médicos encargados de gestionar la emergencia sanitaria.
Encima de todo, la prensa maledicente del gobierno se ofende
y protesta porque se le ataca, sin
admitir que cualquiera puede ser criticado como lo es el jefe del
Estado. La república es el espacio de la igualdad política de todos sus
miembros, las ciudadanas y los ciudadanos. No hay fueros ni privilegios. Lo que
debería ser motivo de moderación moral son las falsas noticias (mentiras, se
decía antes) que hoy parecen ser materia de competencia entre difusores.
Por primera vez desde 1988 hay que ver la crisis económica
como momento de confrontación política directa. En aquel año eran los
conservadores haciendo fraude electoral a un movimiento democrático de ruptura
contra el neoliberalismo encabezado por Cuauhtémoc Cárdenas. En los años 2019-20
es la ruptura democrática contra el neoliberalismo encabezada desde el gobierno
del país por Andrés Manuel López Obrador.
Los conservadores (muchos son reaccionarios en toda forma) no
van a ser convencidos porque no les conviene serlo. Aunque han transcurrido más
de 30 años, los bandos siguen siendo básicamente los mismos, casi no se mueven,
aunque la correlación de fuerzas y el emplazamiento de cada uno de ellos es por
completo diferente. Aquí nada será a muerte: esta lucha no tiene caducidad, es
diaria.