La izquierda y la crisis económica

Participación de Pablo Gómez en el Encuentro Internacional de la Izquierda Democrática.
30 de abril de 2014. Guadalajara, Jalisco.

El encuentro que nos congrega en esta ocasión tiene como tema a la izquierda y a esta mesa toca la crisis económica mundial de los últimos años, quizá ya demasiados para una crisis cualquiera. Por ello, lo primero que quiero preguntar es ¿cuál es la diferencia entre la izquierda y la derecha en el mundo actual? Estamos hablando, claro está, de las izquierdas y las derechas que admiten la democracia política como método.

La crisis persistente es resultado de fenómenos relacionados con el patrón de acumulación y la sobre liquidez del sistema financiero, pero expresa, a la vez, el agotamiento del esquema neoliberal y la capitulación del Estado Social. Durante los últimos años se ha demostrado que la dictadura del mercado conduce a la crisis porque su forma de ser desregula la acumulación de capital, pero también ha puesto de manifiesto que el Estado Social no es financiable sobre las bases actuales de esa misma acumulación de capital. La crítica neoliberal a la redistribución del ingreso parte de la tesis de que los ingresos de la mayoría social han llegado a tal punto que con ellos es posible sostener directamente educación, salud, energía, agua sin subsidios y, además, sin un alto gasto público sería posible estabilizar una relación entre ganancia y salario que cimentara un mayor progreso económico medido por el valor de la producción. El Estado Social, por su parte, ha sostenido que la redistribución del ingreso a través del gasto público es una forma de proteger a los salarios bajos para mantener una capacidad de consumo consistente con las necesidades de expansión de ciertos mercados ligados a lo que algunos economistas llaman los bienes-salario, pero además es un piso de igualdad entre quienes perciben remuneraciones altas y quienes tienen bajos salarios al emparejar el acceso a servicios básicos como son salud y educación, entre otros.

El Estado Social fue culpado por el déficit público en las crisis europeas, japonesas y latinoamericanas que se presentaron intermitentemente durante la segunda mitad del siglo XX. En verdad, el endeudamiento gubernamental fue producto también del liberalismo más ortodoxo en Europa y Estados Unidos, no obstante que en las discusiones era siempre la izquierda quien aparecía como la causante principal.

Ante la crisis actual, la derecha europea considera que el factor más importante es el aumento de los salarios y de los costos sociales asociados en la llamada periferia europea, es decir, los países relativamente pobres, muchos de los cuales tienen poco tiempo dentro del esquema económico de la integración continental. Los datos más recientes parecen desmentir esa hipótesis central que se utiliza para la gestión de la crisis e indican que las inversiones financieras y su desestabilización han llevado a la crisis misma. El hecho difícil de cuestionar es que existe una liquidez muy grande en los llamados mercados financieros y que hay mayores dificultades para convertir al capital-dinero en capital productivo mas este fenómeno no es el resultado de la recesión sino una de sus causas.

Mientras que el Estado ha dejado de ser un inversionista directo y se limita a sostener los servicios más importantes y a financiar algunas infraestructuras, el capital-dinero acumulado no encuentra el campo de inversiones adecuado a la tasa de ganancia requerida o esperada. La relegación del Estado como instrumento directo de inversión productiva y su concentración en toda clase de subvenciones y subsidios, incluidos aquellos otorgados a grandes empresas privadas, ha creado las bases de una dictadura del capital pero, al mismo tiempo, ha estrechado el campo de las inversiones productivas. En otras palabras, hay demasiado dinero dando vueltas sin que pueda ser usado en la inversión, es decir, en la compra de medios de producción y fuerza de trabajo. Es natural que en estas circunstancias el dinero que no se convierte en capital presente se lanza hacia la cobertura de deudas, es decir, a pagar compras pretéritas y a sostener gastos corrientes principalmente de servicios.

Gran parte del capital-dinero se ha metido por todas partes y ha dejado de estar centrado en la inversión productiva. Las crisis hipotecarias se han expresado a veces, como en Estados Unidos, mediante créditos baratos para comprar vivienda vieja; en otros países se han manifestado en forma del financiamiento excesivo de nuevas viviendas y edificios cuyos adquirientes carecían de capacidad para cancelar sus deudas a través de los años. Ese capital sin rumbo no sólo ha creado esquemas de negocios sino también políticas públicas tendientes a la satisfacción de sus requerimientos.

El desempleo galopante de varios importantes países europeos es ciertamente producto de la recesión pero ésta a su vez tiene factores que no podrían explicarse por ella misma. El capitalismo es un sistema que mantiene su sello de nacimiento, es decir, tiene que revolucionar incesantemente sus bases materiales y técnicas sin las cuales no puede haber progreso en sus propios términos. La redistribución del ingreso promovida por el Estado Social no es un elemento de freno de esa incesante revolución económica sino que es otra manera de hacerlo sin excesivas acumulaciones de capital-dinero que no alcanzan a jugar un papel productivo y, por tanto, deterioran la capacidad económica del sistema visto en su conjunto. El problema es que la captación fiscal predominante es cada vez más insuficiente para financiar esa función estatal. En América Latina, donde la izquierda ha llegado al poder después de muchas décadas de ser reprimida, se observa con mayor claridad esa contradicción entre las necesidades crecientes del Estado social y sus bases de financiamiento las cuales siguen dentro del esquema de acumulación de capital imperante en el mundo. No es que los recursos no existan sino que la forma en que se concentran y el uso que se les da no corresponden a las necesidades de un Estado que busca superar contradicciones sociales lacerantes. El endeudamiento de varios países latinoamericanos sirve para sostener parte de su gasto corriente, lo cual es en el mediano plazo algo contraproducente, mientras que enormes recursos generados en la región son exportados a través de los circuitos financieros desde donde irónicamente regresan en forma de deuda externa. La tesis de que primero hay que producir riqueza y después poco a poco redistribuirla en forma de ingreso ha demostrado un completo fracaso o, dicho en otros términos, ha demostrado que es un engaño, pero sigue imperando en América Latina aun cuando la izquierda en el poder en varios países se esfuerza por financiar el gasto social sin que los avances hayan sido realmente muy grandes hasta ahora.

La izquierda carece de un programa capaz de detener esa forma de acumulación de capital que genera la sobre liquidez. La izquierda y la derecha en Europa se unen en gobiernos de coalición debido a la falta de votos suficientes para gobernar cada una a su tiempo. Los programas de coalición se presentan como la conciliación de viejos postulados sobre cómo administrar el capitalismo que durante muchas décadas fueron presentados como irreconciliables y que lo eran en gran medida. En este aspecto hay que aclarar que no hablamos ahora de la izquierda revolucionaria debido a que ésta ha dejado de existir por causas que en esta discusión no están presentes, sino de la izquierda llamada a sí misma democrática y que lo ha sido hasta cierto punto, y de la derecha que admitió también hasta cierto punto la plataforma de libertades y derechos conquistada por el movimiento obrero. Además de las coaliciones de gobierno en Alemania e Italia, lo que se observa es la aplicación de programas convergentes entre izquierdas y derechas en pugna más bien verbal que real, como en España, donde la rispidez en las relaciones entre los mayores partidos se mantiene como si no hubiera una plataforma de coincidencias entre ellos. Algo semejante ocurre en Francia y Gran Bretaña, entre otros países de Europa, y tal vez este fenómeno tenga que ver con el fortalecimiento de los partidos contrarios a la Unión Europea que ya no son euroescépticos sino francamente antieuropeos. Las próximas elecciones del Parlamento Europeo nos podrían dejar ver la crisis política a que conduce la aplicación de un programa desvencijado por parte de las derechas y las izquierdas.

La crisis económica actual debería desembocar en una disminución drástica del capital-dinero especulativo, de la sobre liquidez, pero para ello se requiere una izquierda emergente que cuente con un nuevo programa de administración económica y un método para extinguir al menos una parte de esa sobre liquidez. Para no seguir destruyendo el capital entendido como la combinación entre medios de producción y fuerza de trabajo hay que destruir una parte del capital parasitario, el rentismo. Para luchar contra el desempleo es preciso ensanchar el campo de las inversiones productivas sin lo cual es imposible crear puestos de trabajo. Pero todo esto no podría logarse sin volver a escindir a la izquierda de la derecha mediante una nueva ruptura histórica cuyo centro debe ser otra racionalidad económica y social. Se trataría de implantar un nuevo método de administración política del proceso de acumulación de capital capaz de revertir los actuales objetivos de ésta hacia la expansión económica con bases sociales.

Hace tiempo que me permití plantear en un encuentro con parlamentarios europeos un sistema fiscal basado en tarifas progresivas diferenciadas según la tasa de ganancia. En realidad la acumulación de capital tiene su base en la ganancia por cada unidad monetaria invertida, es decir, en una tasa, por lo que resulta insuficiente que el impuesto se limite a imponer tarifas progresivas solamente según el monto de la masa de ganancia neta obtenida. No se trata sólo de gravar con mayor porcentaje a quienes más perciben (lo cual por cierto es preciso hacer con urgencia en muchos países) sino en la progresividad del impuesto sobre las ganancias de quienes obtienen mayor porcentaje sobre cada unidad monetaria invertida. Esto hubiera sido absurdo en el siglo XIX y parte del siglo XX pero ahora tenemos que la sobre acumulación procede en su mayor parte de las ganancias extraordinarias –aquellas que están muy por encima de la tasa media—que se alojan en los sectores donde se desarrollan los grandes y nuevos inventos y en algunos otros como el de la energía cuyos precios no obedecen a un comportamiento normal. Este esquema de progresividad fiscal sobre la tasa de ganancia tendría también un efecto significativo en América Latina y otras regiones donde existen fuertes estructuras monopólicas y los precios son regulados mediante decisiones de una o pocas empresas que dominan mercados completos. El Estado debe poner un freno a las ganancias extraordinarias cualquiera que sea su origen y cualquiera que sea la estructura económica en la que se generan. Con nuevos recursos captados por el Estado mediante ese método se rebajaría la presión que tienen los gobiernos hacia el aumento de impuestos al consumo que son regresivos por naturaleza y, por tanto, afectan proporcionalmente más a quienes menos ingresos tienen al tiempo que son una forma de encarecer servicios y mercancías.

En un sentido más amplio y más allá de esta propuesta de reforma fiscal, el problema es muy grande y lo tienen casi todos los países: el financiamiento de los servicios sociales, las subvenciones y los subsidios. Los enormes déficits fiscales cubiertos ahora por ese capital-dinero parasitario tienen que ser encarados de dos grandes maneras: con el recorte de gastos sociales como se hace ahora en Europa o con un mayor ingreso que no perjudique al consumo ni entorpezca la inversión productiva. La izquierda debe dejar de comportarse como la derecha y rechazar todo el abanico de recortes que en realidad son un ajuste social y una forma de sostener el patrón dominante de acumulación de capital. Pero para ello es indispensable afectar los intereses económicos de los sectores donde se producen las ganancias extraordinarias, es decir, las mayores tasas de ganancia en el mundo. La izquierda puede diferenciarse de la derecha volviendo a ser ella misma, levantando su propio programa de alcance mundial frente a la dictadura del capital especulativo y de las estructuras donde éste se produce y se anida.