El Pacto que se va

Cuando el Pacto por México fue firmado, se entendía que el gobierno y las principales oposiciones tenían bases de negociación. El Pacto era para eso. Pero también el documento signado tiene contenidos. Los aspectos concretos son justamente la materia de las negociaciones.

Las cosas no iban tan mal hasta que el gobierno decidió abrir una negociación paralela con el PAN para sacar adelante su reforma energética, atropellando otros temas convenidos desde el principio. Quizá el más importante para la izquierda es la ley de consultas populares, que sería el instrumento para ir al referendo derogatorio contra el proyecto petrolero, la cual, por lo demás, debe ser obligatoriamente expedida bajo mandato constitucional.

El Pacto siempre ha dependido de que opere y funcione. Si no hay negociaciones de los temas incluidos en el documento firmado, entonces el Pacto no existe por más que el gobierno llegue a arreglos con algún otro partido. En realidad, el PRD no ha repudiado el Pacto, sino la falta de respeto a su contenido. Por su parte, Peña sabía que los pasos que iba dando tenían que llegar a la inoperancia del Pacto. En este momento ya no hay en realidad nada pactado sino un documento firmado sin mecanismo propio de reclamación: así suelen ser los acuerdos políticos.

En los tres partidos se han producido problemas internos con motivo de la existencia del Pacto, pero más en relación con su aplicación. Es así que el PRI rechaza la creación del Instituto Nacional de Elecciones que abarque los comicios federales, locales y municipales, como lo dice con esas palabras el documento Pacto. Por su lado, el PAN ha condicionado votar el proyecto de energía a la aprobación de la reforma electoral, pero cediendo a peticiones priistas que no se ajustan a lo firmado en el Pacto. El PRD no tendría que ceder ni un ápice frente a los arreglos que involucran una reforma petrolera contra la cual debe ir hasta el final. Además de que reformar la Constitución en materia de energía sería contrario al Pacto, Peña no lo incluyó en su programa de candidato, como tampoco lo hizo Vázquez Mota: se quiere timar al país porque no se trata de cualquier tema.

El porcentaje oficial que se le asignó a Peña en la elección de 2012 fue de 38 por ciento. Con esta proporción no se debería caer en el autismo político. Es por ello que el Pacto parecía ser un reconocimiento de que no se debe de gobernar sin un esquema político permanente. Pero la tentación de volver a un bipartidismo virtual (PRI-PAN), que no es expresión de las urnas, está echando a perder una idea política original de diálogo permanente que nunca había existido y que Peña parece estar dispuesto a tirar a la basura. Algunos dirán que eso es lo mejor, pero en este terreno el asunto está en otros términos. Hay siempre varios caminos posibles y cada fuerza política escoge uno cada vez. Lo que no se puede es caminar al mismo tiempo por todas las sendas. Así, el Pacto está siendo roto por Peña.

Han quedado puestas algunas importantes reformas que el país estaba necesitando desde hace mucho tiempo y que no hubieran salido adelante sin el Pacto. Pero ahí están muchas más que no saldrían o, si acaso, serían expresión de acuerdos difíciles y circunstanciales. Por lo que se advierte, estamos regresando.