Hay momentos en que ciertas personas tienen que comparecer frente a sí mismas. Esto le ha ocurrido a Eduardo Medina Mora al tratar de obtener las dos terceras partes de los votos en el Senado para convertirse en integrante de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Para desmentir que es un soldado del presidente Peña Nieto y de cualquier otro que venga, ha dicho que es panista de corazón aunque no sea miembro del PAN.
Medina Mora es lo que se llama un sabueso aunque se le quiera presentar como un jurista. Ha tenido varios cargos en los cuales se ha encargado de perseguir delincuentes y espiar a políticos de todos colores. Su desempeño en esta función de sabueso ha sido francamente mala. El ahora candidato a ministro de la Corte fue bastante torpe como policía político y como policía a secas.
Pero la principal objeción es otra: su desempeño como lacayo del presidente de turno. Uno de los lances más lacayunos de este personaje fue la acción de inconstitucionalidad que presentó ante la Suprema Corte de Justicia para combatir la despenalización del aborto antes de las 12 semanas de gestación en la Ciudad de México. Fue Felipe Calderón, a la sazón presidente de la República, quien le ordenó que elaborara el recurso (muy mal hecho, por cierto). Al margen de la convicción personal que hubiera tenido al respecto Medina Mora (muy respetable por lo demás), lo que hizo fue obedecer una orden de quien buscaba que la Corte echara abajo un precepto penal que impide el encarcelamiento de mujeres que abortan. Ese fue el intento de Calderón, quien es un dogmático fundamentalista en esa materia como en otras. Medina Mora pudo haberse negado, pues el presidente de la República no es el jefe del procurador ni la Procuraduría General es parte de la administración pública de la Federación, según lo implica el artículo 90 de la Constitución. Pero no, Medina Mora obedeció y fue llevado al fracaso por su jefe, Calderón, como ocurrió también en otros aspectos de su gestión.
La lambisconería no debería ser un camino para lograr promociones en el servicio público pues siempre es un obstáculo para el desempeño de cargos o empleos con honradez y probidad. Es peor cuando se trata de funciones judiciales y en especial del puesto de ministro de la Corte que tiene un periodo de 15 años, en los cuales de seguro que Medina Mora tendría que asumir el triste papel de vocero del presidente en turno como siempre lo ha sido. El país requiere otro manejo en esta clase de designaciones, algo con dignidad y responsabilidad. Estamos hartos de servidores públicos que, en funciones independientes del Ejecutivo, actúan bajo consigna del gobierno.
A este respecto habría que lamentar la designación de Arely Gómez como procuradora, pues no sabe nada de policía de investigaciones ni de políticas criminales pero es amiga de Peña Nieto y estará siempre bajo las órdenes del mismo. El país requiere fiscales independientes y ministros preparados que no reciban consignas de nadie. ¿Es eso mucho pedir?