Catalunya frente al espejo

Cataluña se encuentra frente al espejo y se reconoce a pesar de las aberraciones añadidas por el dominio español de siglos. Cataluña no busca algo de España en el espejo. Pero aunque España no se vea reflejada, busca desde fuera que Catalunya sea como es ella.

El actual Estado español es como el imperio español: no reconoce el derecho de nadie a decidir por sí mismo. Todo territorio conquistado es suyo por legado histórico. Las secesiones se han realizado a sangre y fuego. Nunca España cedió algo por estricto derecho. La Reconquista es apreciada como la fundación radical del españolismo: volver después de siete siglos. Quizá por ello España defiende lo que piensa que es suyo sin importar lo que piensen los demás. Los catalanes son los demás.

Dice la Constitución que ella “se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles”. Aquí hay varios errores voluntarios: no se habla de un fundamento del Estado español sino de su Carta Fundamental, que no es exactamente lo mismo. Se define a la Nación española como patria de todos, pero aquélla no existe más que como forma política impuesta: España es producto político de varias nacionalidades, las cuales son llamadas así en la Constitución, nacionalidades, que no conforman, sin embargo, naciones. No existe, en el texto constitucional, por tanto, la nación de Catalunya sino la nacionalidad catalana, de donde habría que deducir mediante un gran salto que no se debe reconocer la capacidad soberana del país catalán para gobernarse a sí mismo. La nacionalidad catalana resulta ser parte de otra Nación (así, con mayúscula constitucional) que se llama España, pero los catalanes y las catalanas son lo que son y en su mayoría no parecen considerarse españoles y españolas sin que eso resulte denigrante sino sencillamente otra cosa.

Más allá de la nación o de la Nación, en Catalunya hay un pueblo y, como todos, tiene derecho a decidir sobre sí mismo. Punto. No debería discutirse más. La consulta en Cataluña no puede declararse ilegal en tanto sea producto del ejercicio de un derecho fundamental que se llama libre autodeterminación de los pueblos, diga lo que diga la errónea Constitución española.

Creo, sin embargo, que la independencia de Cataluña no agregaría nada desde el punto de vista social y de la democracia. Yo no votaría a favor de la secesión, pero no se puede ir impunemente por el mundo negando el derecho de autodeterminación de los pueblos.

Hay una diferencia arrolladora entre Quebec y Escocia, por un lado, y Cataluña, por el otro: las primeras son libres porque tienen derecho a decidir sobre su independencia; la otra no lo es porque se le niega ese mismo derecho. La libertad no es la independencia sino el derecho de decidirla libremente. Inglaterra guerreó para no aceptar varias independencias pero hacia el final de su colonialismo terminó cediendo por derecho. No ha sido lo mismo con España. La madre patria, como se decía en México, nunca cedió nada, todo lo tuvo que perder por la fuerza.

Todo el españolismo se ha unido contra el derecho de decisión de Catalunya. Pero mientras los socialistas proponen algo a cambio –la federación—, los conservadores del partido gobernante no ofrecen absolutamente nada. Sin embargo, no pasa desapercibido que ambos partidos nieguen de por sí ese derecho, se comporten como salvaguardias de la herencia expansionista, sean partes en conflicto de la España monárquica dejada ahí por el franquismo como testimonio histórico de su victoria sobre la república laica y democrática, encarnen el hispanismo colonial replegado por fuerza a la península. España no ha cambiado tanto a pesar de los tan difíciles cambios que ha logrado con sus grandes y ejemplares luchas. Hay algo que sigue siendo, a pesar de todo, lo español.